Me encanta este tema porque habla de cómo los investigadores se enamoran de un asunto y lo llevan hasta las últimas consecuencias.
Quizá se piense que tenemos que creernos a pies juntillas lo que está escrito, porque la escritura tiene esa capacidad cuasi mágica de transportarnos a otros mundos. Pero, a veces, la gente que escribe está haciendo ficción o tiene mejores o peores fuentes para decir lo que dice.
Eso fue lo que aprendió el pobre Adolf Schulten cuando se emperró en encontrar Tartessos a base de seguir las indicaciones de Avieno en el Ora Marítima. Y una de las razones por las que, cuando alguien me dice que se basa en Avieno para justificar algo, o me planta una fuente basada en Avieno, levanto una ceja. Y esto va específicamente por la entrada sobre Noctiluca que escribí ayer. Lo bueno de todo esto, es que gracias a Schulten aprendimos mucho.
Schulten era un filólogo alemán que se dedicó en cuerpo y alma a Tartessos. En su época, gracias a fuentes literarias, se encontraron los restos de la antigua Troya, y el joven Schulten, que era muy ambicioso, quiso hacer lo mismo en el sur de España. Ya había trabajado en la Península, concretamente en el yacimiento de lo que sería identificado como Numancia, e incluso se atribuyó el descubrimiento (spoiler: realmente no lo descubrió él, pero trabajaba para el káiser alemán y si no se lo atribuía iba a quedar mal con el jefasso).
Adolf pensó que, si se había descubierto Troya gracias a fuentes literarias en las que se describía claramente el terreno y litoral de Asia Menor, haría lo mismo con Tartessos gracias al Ora Marítima de Avieno (spoiler: Avieno es una fuente popular, pero nunca estuvo en lo que ahora es España, vamos, que se mascaba la tragedia). La hipótesis que se barajaba gracias a las fuentes literarias era que Tartessos era una ciudad, porque eso se había dicho por parte de los escritores romanos, y también en la Biblia (nombrada como Tharsis, aunque se podría argumentar que este nombre se refiere a la ciudad de Tarso, de donde era oriundo San Pablo).
Schulten se puso manos a la obra junto a su equipo y empezó a excavar en Doñana (Cádiz) en el S. XX, sin tener en cuenta que gran parte de lo que ahora es el Parque Nacional estaría bajo el agua en época pre-romana, porque existen bastantes pruebas de que el litoral no estaba a la misma altura en el S. X a.C. de lo que está ahora, sino que el nivel del mar era mucho más alto. Es decir, las marismas del Guadalquivir, según apuntan algunos geólogos, serían en parte una especie de ría o incluso un lago salado (el Lacus Ligustinus) que se extendería casi hasta la ciudad de Sevilla, dejando parte del actual parque de Doñana bajo el agua del mar. Esto se tiene que comprobar del todo, pero se considera la hipótesis más probable a día de hoy, aunque tiene bastante sentido porque se han encontrado restos de puertos marítimos en lugares aparentemente secos, así como restos de conchas marinas en las lindes de lo que es ahora la comarca de los Alcores, en la provincia de Sevilla. De la misma manera y por el nivel del mar, muchas islas mencionadas en las fuentes estarían bajo el mar en épocas anteriores, y muchos istmos serían islas.
Casi en paralelo a la historia de Schulten, en las ciudades de Carmona y Mairena del Alcor (Sevilla), un arqueólogo británico llamado George Bonsor (Jorge Bonsor para los amigos, no es broma, hasta está en Wikipedia) excavaba y encontraba restos que él identificaba como fenicios. ¿Un trozo de piedra? Fenicio. ¿Una barrica de agua? Fenicia. ¿Una flor de loto? Fenicia. Habría sido todo fenicio, de no ser porque estaba demasiado lejos del litoral y de la propia Spal (Sevilla), que era una de las ciudades más importantes en el área, y la manera en la que comerciaban los fenicios era dejando los materiales en la playa e intercambiando allí mismo con los locales, casi sin bajarse del barco. Sin embargo, la comarca de la campiña sevillana está demasiado en el interior. Bonsor se dio cuenta de que allí había algo más, no tenía sentido que hubiese muchos pueblos aglutinados en un mismo área, porque en Carmona había restos romanos también. Por tanto, se da cuenta de que allí hay una civilización completa, que ha tenido contacto con muchos otros pueblos, y eso explica la pervivencia de restos de distintas épocas en el mismo sitio pero en estratos diferentes, con una capa superior claramente romana.
Gracias a los descubrimientos de Bonsor, y al trabajo de muchos otros profesionales, se desecha la hipótesis de Schulten, que se basaba en Avieno y que decía Tartessos era una ciudad, y la Arqueología se encamina hacia la hipótesis de la civilización completa, mezcla de nativos con influencias orientales, que es la que se está manejando hoy en día. Esto se refuerza a través de las pruebas que se tienen de que existían caminos que conectaban las costas con las minas de metales, sobre todo en la provincia de Huelva. Es decir, los nativos aportaban metales para su intercambio y seguramente, por tanto, no serían señores con taparrabos sino personas con cierto conocimiento.
Esta forma de pensar también ha tenido su recorrido porque en época franquista y anteriores se quiso vender la imagen del pueblo andaluz como un territorio «conquistado» (y «Reconquistado») sin manifestaciones culturales propias que dejaran entrever que existían culturas nativas «civilizadas» que no fueran los íberos y los celtas, que habitaban zonas más septentrionales. En definitiva, cualquier tipo de parentesco con los semitas, aunque fuesen vecinos, amigos y socios comerciales, era automáticamente desechado, y pasaban a ser el equivalente antiguo de los «moros» a los que se había expulsado de Al-Andalus, gracias a una Romanización civilizadora que era vista en paralelo a la Reconquista cristiana. Esta idea es terrible, porque realmente la cultura andaluza tiene mucho propio en sus manifestaciones, y también mucho de fuera, y es esa mezcolanza la que la hace rica. Pero no convenía a los poderes fácticos que esto se celebrara, porque ya estaban muy ocupados aplastando los sentimientos nacionalistas en el Norte, como para que surgieran también en el Sur (y del romance andalus´í, lengua de aquí hasta el S. XIII, ni siquiera hoy en día hablamos, no sea que les dé un parraque a algunos, pero sí, teníamos nuestro propio idioma antes del castellano).
En cuanto se empezó a utilizar la aproximación de Bonsor, los equipos de arqueólogos se dieron cuenta de que los restos tartésicos llegaban prácticamente a la provincia de Badajoz, donde se conservan los famosos templos con forma de piel de toro en honor a Baal. Ya, de ninguna manera, podríamos estar hablando de una ciudad, ni estábamos ante un fenómeno asociado únicamente a un comercio junto al litoral. Tartessos se perfila como una cultura completa, mezcla de elementos nativos con influencias orientales: fenicias, pero también, en menor medida, griegas (había comercio con Alalia) y hasta egipcias. Recordemos que la Astarté del Carambolo recibe el nombre de Astarté-Hor en la inscripción en fenicio que tiene en la base, y su peinado y pose es claramente de influencia egipcia. Antes de que alguien lo diga, no, no tiene nada que ver con los celtas, ni con los celtíberos, ni con los íberos, aunque existe un teoría minoritaria que intenta ver en Tartessos al proto-celta, pero no está demostrado a nivel lingüístico, sino que la investigación discurre más bien por el campo de la genética. Veremos lo que sale dentro de unos años. De momento, la esperanza que se tiene es la de encontrar un equivalente a la piedra Rosetta del Tartésico, que nos permita descubrir qué dicen los vocablos en ese idioma, porque aunque está escrito en alfabeto fenicio, las palabras no son las mismas.
La aparente contraposición entre el éxito de Bonsor y el fracaso de Schulten llevó a los arqueólogos a plantearse qué hacían los filólogos en los yacimientos, iniciando una dialéctica competitiva entre ambos tipos de profesionales. Por un lado, muchos filólogos argumentaban que las fuentes literarias eran necesarias para tener pistas sobre culturas antiguas, mientras que los arqueólogos decían que era necesario dejar el trabajo de campo a los profesionales en el sector. Mientras tanto, los antropólogos y los geólogos comían palomitas y miraban el partido de tenis.
En el caso de Tartessos, este problema continuó durante todo el S. XX, hasta que se decidió que lo ideal como método de aproximación era contar con equipos multidisciplinares, aunque esto lleva siendo así desde hace tiempo y es lo que se prefiere para estas investigaciones. Hoy en día, es necesario que el equipo que trabaja en los yacimientos cuente con filólogos, geólogos, hasta antropólogos y, cómo no, un equipo bien formado de arqueólogos que lideren la investigación.
Y todo esto, lo creamos o no, es gracias al batacazo que se pegó el pobre Schulten al confiar en fuentes literarias a pies juntillas. Moraleja: no consultéis a Avieno para nombrar a diosas o encontrar ciudades, porque no sabía del sitio del que hablaba, pobretico.
Fuentes y tal: en la entrada anterior tenéis las fuentes, os recomiendo muchísimo los libros de Sebastián Celestino Pérez y, de hecho, tiene un par de conferencias en Youtube en las que cuenta esto de Schulten. No tienen desperdicio, porque el Ora Marítima ha traído por la calle de la amargura a la Arqueología en Andalucía hasta los años 60 del siglo pasado.
One thought on “Lo que Schulten nos enseñó”
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