(¿No leíste el artículo anterior? Lo puedes leer haciendo click aquí)
Como prometí en la entrada anterior, quisiera dedicar unas palabras (más bien unos párrafos) a uno de los métodos que creo más sencillos a la hora de defenderse: la botella de bruja. Ahora bien, mis botellas de bruja son un poco particulares porque en ellas utilizo magia fría, en lugar de enterrarlas en mitad del campo como hace alguna gente.
La razón de por qué no entierro las botellas de bruja es porque hacerlo me parece una guarrada medioambiental. El campo no es un vertedero ni un sitio donde dejar los restos de nuestros rituales: la naturaleza es nuestro Templo, y tú no tiras tu basura en tu Templo, ¿a que no? Hablé de esto hace muy poquito en una ponencia virtual por el día de la Tierra (la podéis escuchar aquí). Pero hay un sitio que no tengo más remedio que tener en mi casa (a pesar de que sea relativamente contaminante) y es mi nevera con congelador incluido. La que tengo en mi casa y utilizo para congelar la comida que preparo cuando sé que al día siguiente o en dos días no voy a tener tiempo para cocinar. La que me guarda los restos del almuerzo y en la que mantengo frescos los alimentos. Ese mismo electrodoméstico es, además, mi gran aliado a la hora de guardar mis botellas de bruja.
Para hacer una botella de bruja, necesitarás:
- Una botella o un envase de vidrio con tapadera. No lo compres ex profeso: reutiliza otros envases del mismo material, ya limpios, como los de conservas. A mí me encantan los de café soluble o los de garbanzos cocidos.
- Cosas que pinchen: alfileres, trozos de vidrios, clavos de hierro, etc. Cuidado, no te pinches tú.
- Material orgánico de la persona a quien quieras proteger. Si eres tú, puedes utilizar pelo, trozos de uñas, saliva… también puedes meter estos mismos elementos de personas a las que quieras proteger. No hace falta sangre ni nada sacado a la fuerza.
- Agua. Puede ser del grifo, normal y corriente.
- Un sitio oscuro en tu congelador, que no abras mucho, o en el fondo del cajón del mismo. No hace falta reservar un sitio específico para la botella, tan sólo un sitio donde no vaya a ser fácil que se descongele.
Metemos los restos orgánicos de las personas que vamos a proteger, los cubrimos con los objetos que pinchan y llenamos la botella hasta 3/4 de la misma. No la llenamos entera, porque el agua siempre aumenta de tamaño al congelarse y puede quebrar el bote de cristal al sobrepasar la capacidad de éste.
En este momento, antes de meter la botella en el congelador, la cargamos. La tomamos entre las manos y la programamos con la intención de que haga de «señuelo» para los ataques mágicos. El supuesto atacante dirigirá sus hechizos hacia nosotros, pero será engañado por los elementos orgánicos que tiene la botella, que será el blanco del ataque en lugar de nosotros mismos. Entonces, el atacante sufre una doble acción: el posible trabajo mágico le rebotará (por acción de los elementos con pinchos) y además bloqueamos sus interacciones para con nosotros (por acción del hielo). Es como poner una barrera de hielo entre ese posible atacante y nosotros.
Metemos la botella en el fondo del congelador y, literalmente, nos olvidamos de ella. Si tras congelarse la botella el vidrio se rompe, no pasa nada: sólo significa que hemos llenado con demasiada agua el recipiente. Se hace otra botella de bruja llenándola menos y aquí no ha pasado nada. Por favor, que nadie piense que esto es un augurio, porque sólo es física básica.
Tengo mucha experiencia con magia fría, que este tipo de magia con hielo, y la verdad, da unos estupendos resultados. Nos ayuda a sentirnos más tranquilos con respecto a posibles ataques y no hacemos daño a nadie con ella. No hay que dirigirla a alguien en particular: hay que programarla para que nos proteja de forma genérica, no sirve para atacar a alguien.
Hasta aquí este especial, cortito pero intenso, sobre magia protectora.