Cuando era pequeña, tendría 8 ó 9 años, hubo en mi colegio una campaña por defender lo que las monjas llamaban el «Sí» de María. Estudié en un colegio católico y, aunque les guardo un respeto y un cariño enorme a las religiosas que me formaron, el mensaje me sonaba muy absurdo a ratos. Había una monja especialmente simpática, muy joven, que nos dio una murga tremenda con el Sí de María, y nos decía que había que decir que «Sí» a Dios, al Espíritu Santo, a éste, a aquél y al de más allá, porque en el Sí de María se fundamentaba todo. Así que, cuando tu madre o tu padre te dijeran algo, tenías que ser una niña buena y decir que sí. Y yo le decía, «Entonces, si me dicen que me tienen que meter un dedo en el ojo, ¿tengo que decir que sí?». La monja contestaba que mis padres nunca me dirían eso, que la sociedad nunca me diría eso. Que los demás sólo querían mi bien.
En mi casa y en el colegio fui una niña muy buena. Aprendí a confiar en el sistema, en los médicos, hasta en la peluquera. Yo dije que sí muchas veces y por eso me cuesta decir que no, lo admito. Pero cuando crecí me di cuenta de que las personas eran personas y se equivocaban. Me bastó con ir a la peluquería una vez y que me dejaran con un peinado que para nada iba con mi estilo. Los médicos eran otro cantar, ¿cómo era posible que un médico se equivocara, que no hiciera algo que fuera por mi propio bien? Hasta que en la Universidad, en una exhibición de cortometrajes que nos pusieron en 2004, vi una cinta de Icíar Bollaín que me abrió los ojos a la realidad del parto en mi país y en muchos de los países desarrollados. Dura sólo 3 minutos y os lo dejo aquí.
Así que, llegado el momento de mi embarazo, me planteé decir que no a una autoridad como la de un médico, por primera vez en mi vida. No a los protocolos, no a la cosificación del paciente, no al parto como enfermedad. Sí a comprender que un embarazo y un parto son un proceso cíclico y natural, exactamente igual que esa religión que decimos que practicamos. Que habrá momentos en los que necesitemos ayuda de los médicos, pues claro, pero prefiero mil veces dejar las cosas en mis propias manos, asumir la responsabilidad y tomar un papel activo en lo que respecta a la gestación y nacimiento de mi hija. Si os fijáis, no es muy diferente de lo que ya decimos que hace falta para seguir en este camino espiritual: proactividad. Afortunadamente, muchas otras mujeres en mi país han decidido también formar parte activa en el nacimiento de sus bebés, tomárselo como un camino espiritual, asumirlo como natural y hacerlo suyo. Es hermoso leer, oír y ver tantas historias de gente que, por primera vez en décadas, se plantea que esto es un acto de poder, que un nacimiento es y debe ser respetado, humanizado, y que no somos enfermas sino familias (las parejas también) pasando por un proceso natural.
Hace unas semanas que decidí trabajar en mi plan de parto. Es un documento donde le digo al hospital lo que quiero, cómo lo quiero y cuándo lo quiero. Que es flexible, claro que sí, por si hubiera que hacer cesárea por cualquier complicación, pero en el que ejerzo mi derecho a elegir y a querer parir como una mamífera. A lo pagano. Nada de parir llena de tubos, acostada sobre una camilla mientras, como en el corto, una luz fuerte se me mete por los ojos. Sino de pie o sentada, usando la fuerza de la gravedad, sintiéndome libre para moverme, para mecer la pelvis con cada contracción. Con la posibilidad de no usar más anestesia que mis propias endorfinas naturales, con la posibilidad de beber líquidos claros en lugar de tener puesta una incómoda vía intravenosa. Con la intimidad de una luz tenue, acompañada de mi pareja, usando la meditación como técnica respiratoria, y pidiendo tener al bebé en el pecho al momento, porque en un parto normal no es necesario que aspiren nada, tampoco que laven al bebé y le quiten su grasa protectora. Creo que ya era hora de que las familias pudieran elegir estas cosas, sentirse protagonistas, sentirse mamíferos de nuevo. Decir sí a la naturaleza, decir no a los que hacen protocolos hospitalarios cómodos y en su propio beneficio, aunque lo hagan «por tu bien». Tomarse el tiempo para elegir de forma consciente. Hay veces en las que merece la pena no ser una niña tan buena.
[EDIT] Lo que estoy contando aquí son mis experiencias, como hago siempre. No quiero convencer a nadie de que haga lo mismo que yo. Quiero que conste que he realizado mi plan de parto según recomendaciones de la OMS y con la colaboración de los profesionales que me atienden y mi propia familia. Sé que mis lectores son adultos, asumo que leerán, se informarán y tengo total confianza en que tomarán las decisiones que tengan que tomar de forma fundamentada, igual que he hecho yo, y teniendo en cuenta que a diferentes personas, diferentes situaciones y necesidades.