Me he tomado mi tiempo para escribir el final de esta serie de cara a poder documentarme más o menos bien sobre cómo funcionan las sustancias en nuestro cuerpo. También entiendo que es un tema controvertido y delicado. Por un lado están los que dicen que las drogas son malas y que es hacerse daño uno mismo. Por otro lado, los que dicen que casi cualquier cosa produce un cambio en el cerebro, y que por eso mismo las drogas no deberían estar vetadas según la religión, si bien la ley puede ser más o menos dura sobre el uso y el tráfico de sustancias en algunos países.
Se dice que las brujas de hoy somos las herederas, de alguna forma, del chamanismo europeo, y que el chamanismo europeo empleaba drogas. Es cierto. Casi todos los ungüentos de la antigüedad usaban, por ejemplo, acónito o estramonio, plantas muy conocidas en nuestros paisajes, tan tóxicas como para considerárselas mortales, en ocasiones alucinógenas y, por tanto, extremadamente peligrosas. Esto no lo voy a negar, pero de ninguna forma quiero deciros que haya que usar acónito o estramonio hoy día. Los últimos en hacerlo en mi país lo pagaron muy caro: con sus propias vidas. Lo cierto es que las brujas de antaño sabían cómo usar esas drogas. Eran chamanas verdaderas, eran expertas, como los señores que preparan el peyote siguiendo una tradición ancestral y bien conocida.
¿Eso significa que una bruja hoy en día sea menos bruja por no usar drogas que le afecten a la conciencia? Yo creo que no. Afortunadamente, los neurólogos, psicólogos y psiquiatras de hoy han descubierto que hay zonas del cerebro que se pueden «estimular» para conseguir cambios de conciencia de intensidad variable, mediante sustancias producidas naturalmente por el cuerpo. Es como cuando una caricia o el contacto físico estrecho con mucho cariño nos hace segregar oxitocina natural, la llamada «hormona del amor», que se utiliza de forma sintética para acelerar los partos de las mujeres que están a punto de dar a luz. Las hormonas, neurohormonas y neurotransmisores son las «drogas» que vienen de serie en nuestro cuerpo, realizando funciones muy importantes como la regularización de nuestros ciclos, mejorando nuestra respuesta al estrés o incluso anestesiándonos si nos hacen una herida en una situación de peligro. El cuerpo, una máquina perfecta, maravillosa e increíble, las segrega en las dosis necesarias para asegurar un buen funcionamiento. A veces podemos estimularlas de forma intencionada: por ejemplo haciendo deporte se segregan unos neurotransmisores llamados endorfinas, conocidos de forma popular como «la hormona de la felicidad», que nos hacen sentir bien después de entrenar. Y de practicar sexo. Hay muchas brujas que buscan esos efectos mediante la práctica de la meditación o el uso de «llaves psíquicas», que son técnicas relativamente fáciles de aplicar, y que estimulan la producción de unas sustancias por encima de otras. En cambio, las drogas artificiales afectan a la capacidad de nuestro cuerpo de captar o a manejar esas sustancias que produce naturalmente.
Pero cuando pensamos en drogas no pensamos en la chamana de la antigüedad haciéndose un ungüento a base de grasa animal y acónito, o en el chamán que machaca el peyote tal y como le enseñó su padre. Pensamos en alguien fumándose un porro, tomando una pastilla o metiéndose una raya de cocaína. Bien, todas esas cosas, al igual que todo lo que tomamos y que viene de la industria farmacéutica, ha salido de la botica más grande que hay en el mundo: el bosque. Incluso las drogas sintéticas vienen refinadas de sustancias que se pueden encontrar en la naturaleza. Las plantas, también las que usamos día a día, también tienen parte de esas drogas, sólo que en dosis más reducidas.
¿Quién no ha recomendado una planta x para lograr un efecto? Creo que en la Wicca casi todo el mundo. Yo he recomendado milenrama en infusión antes de los rituales para las personas que tienen problemas para llegar a un estado alterado de conciencia. Mi almacén de hierbas está a rebosar porque soy una gran fan de esas «drogas naturales», y ahora no puedo tomar de nada porque estoy embarazada y todas las hierbas, hasta la menta para digerir mejor, pueden tener un efecto negativo en mi bebé si las tomo a menudo. Algunas incluso sin tomarlas a menudo. Normalmente no caemos en la cuenta de que son sustancias y de que las usamos a diario. Llevamos cultivando hierbas desde que la Humanidad decidió hacerse agricultora y sedentaria, hemos naturalizado el uso de la farmacopea natural, pero no nos paramos a pensar en que todas esas hierbas que tomamos también tienen efectos. Algunas son más fuertes, otras más suaves. Todas son, hasta cierto punto, drogas. Todas, en mayor o menor medida, modifican la bioquímica de nuestro organismo. Y los wiccanos somos muy fan de este tipo de soluciones.
Ésta es la razón por la que yo no me meto con los wiccanos que se fuman un porro de vez en cuando. Yo tomo café por la mañana en el desayuno, cuando no puedo dormir me hago una infusión de tila, y cuando tengo alergia asmática, de rooibos con eucalipto. Si me duele mucho la cabeza me tomo una pastilla de paracetamol. No uso drogas ilegales, y últimamente legales tampoco porque no me atrevo a tomar nada por mi bebé. He dejado hasta el té. Pero tengo que ser honesta y aceptar que cada infusión que me bebo tiene un efecto en mi cuerpo, en mis neurotransmisores, en mi bioquímica. Creo que sería hipócrita por mi parte posicionarme por encima de las personas que toman drogas ilegales, porque sencillamente yo he tomado otras drogas que no son consideradas ilegales, o que están bien vistas, o que se consideran «naturales»: café, cerveza, paracetamol, milenrama o menta poleo. Informaos de las hierbas que tomáis, sabed cuáles son los efectos de las drogas en vuestro cuerpo, sabed cuáles son las interacciones. Tened presente la legislación en vuestro país. Recordad que natural no significa inocuo, recordad que de las plantas se sacan las drogas sintéticas. Y cuando se os olvide, acordaos de los chavales que murieron por ingerir estramonio.