De la forja de uno de los mejores herreros del reino, todos los días, salían nuevas espadas, brillantes y afiladas. De aquella forja habían surgido espadas de leyenda: Robacorazones, que un día acompañara a Florian el Bello en el rescate de la princesa de Noruega; Martillo de Gigantes, la espada del Rey de aquel lejano reino en las estepas; y por supuesto Brillo del Héroe, la espada del guerrero que acompañara a un mago de la isla esmeralda en su búsqueda de una flor curativa para sanar a una niña, enferma de un extraño mal.
En aquella forja vivía una pieza de acero que había sido comprada por el herrero en un pueblo cercano. La pieza de acero era muy soñadora, y soñaba con aventuras, anhelaba la épica y, además, admiraba cómo el herrero realizaba el proceso de forjado de nuevas espadas, así que, un día, le rogó dejar de ser un trozo de acero para convertirse en una espada por derecho propio. Soñaba con ser brillante, pulida y afilada, soñaba con reflejar el sol y combatir el mal, soñaba con ser tan especial como todas esas espadas que salían a diario de la forja, incluso tan especial como las que se oían en las canciones de las tabernas. Rogó y rogó, y volvió a rogar, afirmando que quería ser una espada. Así que el herrero, que tenía necesidad de piezas de acero para forjar, aceptó la petición de aquel trozo metálico. La pieza de acero estaba contentísima porque era uno de los mejores herreros del reino el que la iba a convertir en toda una espada. ¡Ya vería lo que les iba a decir a todas las paletas piezas de acero que vivían en la forja! ¡Y el hierro ya es que se iba a morir de envidia!
El herrero comenzó su trabajo. Primero, desgastó el acero para pulirlo. La pieza de acero se resintió, porque el dolor era muy fuerte y pensaba que no sería capaz de soportarlo. Le dijo al herrero «por favor, me duele mucho». Y el herrero contestó «¿todavía quieres ser una espada?», a lo que la pieza de acero contestó que sí.
El herrero calentó el acero aún más y le dio forma, cortando el metal y haciendo que éste lo pasara francamente mal. La pieza de acero volvió a resentirse, porque el dolor era atroz y pensó que se iba a desmayar. Le dijo al herrero «ten piedad, me duele mucho». Y el herrero contestó: «¿todavía quieres ser una espada?», a lo que la pieza de acero dijo que sí.
El herrero volvió a calentar el acero todavía más. Lo golpeó con toda su fuerza, que era mucha (todo el mundo sabe lo fuertes que son los herreros), y le empezó a dar forma de espada. A cada golpe, el metal chillaba y saltaban chispas. Calentó, golpeó y luego enfrió con agua. Calentó, golpeó y luego enfrió con agua. Calentó…
Y la pieza de acero profirió un grito agudo, de los que son capaces de cortar hasta el aire.
Suplicante, llorosa, humeante y dolorida, le dijo al herrero, «por favor, ¿no ves que me estoy muriendo? ¿No ves que estoy dejando de ser una pieza de acero? Yo quiero ser una espada, pero nadie me dijo que doliera tanto».
El herrero respondió: «No lo entiendes. Anhelas un brillo, una hoja afilada y un templado exquisito, y sin embargo no estás dispuesta a convertirte en aquello que deseas. Dime, ¿cómo esperas que haga de ti lo que quieres, si no vas a pagar el precio? ¿Cómo esperas que haga de ti una heroína que saje a malvados y salve doncellas, si no eres capaz de dejar atrás lo que eres para convertirte en lo que quieres ser, si no quieres al menos sacrificar un poco de ti para que haga mi trabajo?».
«Yo quiero ser una espada», contestó el acero, «pero no así. Hazlo más fácil y sin que duela».
El herrero dejó de lado la pieza de acero. Había muchas otras piezas que nunca habían suplicado, sino que esperaban pacientemente a que llegara su turno. Aquélla era una forja de espadas y todas tendrían su oportunidad. Haría, indudablemente, algo de todas y cada una de sus piezas de acero. Pero obviamente no todas se convertirían en espadas de leyenda. Al menos no las que no estaban dispuestas a pagar el precio del esfuerzo.
«Esto es un regalo / conlleva un precio / ¿quién es el cordero y quién el cuchillo?»
Rabbit Heart – Florence and the Machine