Hay veces en las que otros wiccanos me preguntan si yo sigo en el armario de las escobas, esto es, si no he dicho a mi entorno que soy pagana. Me hace mucha gracia esta expresión y lo que implica. No puedo evitar pensar que «salir del armario de las escobas» es un término bastante manido. Quiero decir, soy mujer y no por ello un día me levanto, me quito la camiseta y el sujetador y salgo a correr por la calle agitando los brazos mientras grito «¡Mirad! ¡Tengo pechos! ¡Con lo cual soy una mujer, por si no os habéis dado cuenta!» ante la atónita mirada de los transeúntes. Que no digo que no sea un acto muy liberador de la feminidad y eso. Quiero decir, estoy muy orgullosa de ser wiccana y de ser mujer, pero no voy gritando ni una cosa ni la otra por la calle mientras agito los brazos. Y no por no hacerlo significa que esté en el «armario de la feminidad».
De igual forma, a nadie le importa mi religión. La Constitución Española recoge mi derecho a no declararme acerca de mis creencias, pero, de nuevo, eso no significa que esté en el armario de escobas. Mucha gente sabe que soy pagana en mi entorno. Incluso en una ocasión el marido de la prima de mi marido me miró y me dijo «Ah, tú eras wiccana, ¿verdad?», con toda la naturalidad del mundo. A mi familia, sanguínea y política, le da bastante igual lo que yo sea. Por amor de los dioses, soy una mujer adulta. No necesito decirlo. A los demás no les importa porque forma parte de algo llamado vida interior y espiritual que entra en el ámbito de lo personal.
Intuyo que la razón por la que la gente me pregunta esto es, básicamente, porque utilizo un seudónimo, un «nombre de guerra» como lo llamo yo, en lugar de mi nombre civil. Tomé esa elección porque muchas personas toman un nombre de sacerdote cuando se inician. Harwe Tuileva es el mío. Y sí, lo hago para proteger mi intimidad, pero no de los ojos de mi familia que saben más que de sobra que rindo culto a otros dioses, sino a proteger la intimidad de mi familia de algunos integrantes del ámbito pagano. Así de claro. Yo no conozco a las personas que me leen, no sé quiénes son y no les importa quién es mi madre, mi padre o el perrito que me ladre. A veces escribo cosas de mi familia, de mi entorno, pero nunca pongo en contacto ni en contexto a las personas que me rodean. A ellos esto no les interesa. E iré más lejos: la mayoría de la gente que está en el Paganismo es muy normal pero hay mucho loco suelto también. Y aunque me entristece enormemente decir esto, he sufrido de acoso y hasta han llegado a contactar con amigos de amigos para saber más sobre mí o meter baza en asuntos paganos con gente ajena al Paganismo a la que no le interesaba esto lo más mínimo. No soy la única. Esto lo ha sufrido mucha otra gente, y se pasa muy mal.
Por tanto, si estoy en el «armario de las escobas», no lo estoy, o puntos intermedios, o cómo le dije a mi madre que era pagana, o cómo se lo dije a mi padre o a mi gato, honestamente, no es algo que tenga una respuesta clara. No lo oculto, pero mantengo mis distancias porque mi familia no necesita todo esto. También tengo cinco altares en casa, así que creo que mi creencia es difícil de ocultar hasta al repartidor del restaurante chino. Creo firmemente que si tanto nos molesta que nos llegue un Testigo de Jehová un domingo por la mañana, no necesitamos actuar como iluminados brujitos que han encontrado la salvación en la Wicca y que se lo van diciendo a todo el mundo. Considero, y es mi opinión, que la religión es como las opiniones y como los genitales: uno no le va dando a otros con ello en la cara, a no ser que la otra persona lo haya pedido antes.
Totalmente de acuerdo, creo que muchas personas confunden las discreción y la intimidad de algo tan importante como tus creencias religiosas o tu camino espiritual con la de ir con una pancarta por la calle o simplemente con negar esconder tus creencias.