Por ahí veo que la gente se apoya en afirmaciones diarias para quererse, ganar vitalidad, sentirse mejor y conseguir lo que se proponen. Soy de la opinión de que una frase variada cada día no consigue cambiar una conducta. En cambio, sí creo que las programaciones mentales empiezan por un lema o filosofía que lleva a una misma actitud o un objetivo durante mucho tiempo y en múltiples ámbitos a la vez. Me explico: por mucho que nos digamos que nos queremos por la mañana un día, nos demos besitos a nosotros mismos en el espejo y nos repitamos lo magníficos que somos, eso no va a cambiar la realidad. Para mí, eso genera un problema subyacente: ¿para qué repetirnos diariamente una máxima como «soy bello» cuando en realidad no hago nada para cambiarlo? ¿No implicaría eso que quizás estoy intentando esconder que me sigo sintiendo poco bello? ¿No es muy triste tener que repetirte eso todos los días? ¿Realmente tienes que recordártelo a ti mismo, cuando es algo inherente a ti, supuestamente?
Quizá parezca que es fácil para mí hablar así y juzgar afirmaciones tan bonitas, pero en mi defensa diré que hay más de lo que pueda parecer a simple vista. Salí de una depresión severa hace dos años. Me había llevado cinco totalmente metida en mi propio fango, y obviamente es difícil salir de ese tipo de situaciones porque una de las cosas que tiene la depresión es que absolutamente todo te parece malo. Las afirmaciones del día no sirven cuando estás deprimido y eso fue lo que me llevó a cambiar de chip. Así que hace mucho que dejé las afirmaciones del día y los libros de autoayuda para grabarme a fuego un lema: «Haz que suceda». De nada me sirve repetirme cosas al espejo si no hago nada por buscar una solución a mi problema de partida, porque las palabras son eso, palabras. No solucionan las cosas. Mi actitud es la de centrarse en las soluciones en lugar de quedarme meramente en las buenas intenciones y en los ideales. Así que ése es mi lema: «Haz que suceda».
Honestamente, desde que sigo esta filosofía de vida no he parado de cosechar cosas buenas. Y puede sonar pretencioso, quizá lo sea, pero no voy a esconderme: me siento feliz y afortunada y no tengo que repetírmelo a diario, porque ya lo siento. Las he pasado canutas, claro que sí, y tengo mis problemas como todo el mundo, pero cuando los tengo no me miro al espejo y me digo «soy bella» o «soy amada», me digo «¿cómo soluciono mi problema de la manera más sencilla?» y me pongo a trabajar en ello. Cuando me equivoco, como sé que soy humana y que tengo límites, no me digo «me perdono», porque por ser humana tengo la prerrogativa del que puede y debe equivocarse para aprender. Cada equivocación lleva a lo que quiero conseguir, tarde o temprano, a base de tesón y trabajo duro. Cuando me dicen que algo es imposible, siempre me sonrío y pienso para mis adentros «Haz que suceda». Hay metas que se consiguen en cinco minutos, otras llevan toda una vida, hay metas equivocadas en las que ponemos la auto-realización para después pensar que no sirven y metas que creemos que son el acierto de nuestra existencia. Todo eso da igual. Lo importante es sentirse como narra el poema que cito a continuación, de William Ernest Henley. El autor lo escribió tras una grave enfermedad que casi se lo lleva por delante, y se titula «Invictus»:
En la noche que me envuelve,
negra, como un pozo insondable,
doy gracias al Dios que fuere
por mi alma inconquistable.
En las garras de las circunstancias
no he gemido, ni llorado.
Ante las puñaladas del azar,
si bien he sangrado, jamás me he postrado.
Más allá de este lugar de ira y llantos
acecha la oscuridad con su horror.
No obstante, la amenaza de los años me halla,
y me hallará, sin temor.
Ya no importa cuan recto haya sido el camino,
ni cuantos castigos lleve a la espalda:
Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma.