Me encanta el concepto del brujo de campo porque me parece muy auténtico, muy de la tierra, muy tradicional. Me encanta porque implica que las hierbas se las busca él en el campo, que su vida gira alrededor de los ciclos de vida y muerte, que ve porque vive en el campo, y que tiene un contacto muy directo con los animales, a los que puede observar en sus movimientos migratorios. Debe ser apasionante para el que le guste.
Pero yo nací en una ciudad. Vivo en una ciudad. Trabajo en una ciudad. Cuando viajo, normalmente por motivos de trabajo o para ver a mi familia y a mis amigos, viajo a ciudades grandes porque mi entorno es el del asfalto, el de las prisas, los maletines y los tacones. Me pierdo si paso más de una semana en el campo, aunque me encanta, porque estoy acostumbrada a las junglas de asfalto. Y en medio de esa existencia gris, a veces vacía y muchas veces superficial, la brujería supone el color de mi vida. Soy una bruja de ciudad.
Como bruja de ciudad soy una mujer normal. Soy profesional y tengo un trabajo de oficina. De lunes a jueves tengo que vestir de business casual, y los viernes me permiten vestir informal. Voy andando de casa al trabajo porque mi ciudad, aunque ciudad, es pequeña, y porque a mí me encanta vivir en el meollo de las junglas de asfalto así que en media hora andando estoy en mi destino. Me encanta llevar tacones de los que hacen clac clac cuando caminas, porque en cierto modo a la vez que andas haces percusión.
Dicen que estoy alienada de mi entorno y yo no creo que lo esté. Sólo estás alienado de tu entorno totalmente cuando no vives los ciclos y cada día se parece al anterior, pero yo veo ciclos en cada paso (clac, clac) que doy. Por ejemplo: por la mañana salgo de mi casa y hace mucho frío y está oscuro, y no hay que ser muy listo para darse cuenta de que eso sucede porque es invierno. Como salgo de casa calentita siempre se me olvida ponerme los guantes, pero tras diez minutos caminando empiezo a darme cuenta de que el frío está mordiéndome los nudillos, así que tengo que sacar los guantes del bolso o tendré que enfrentarme a los sabañones. En verano, cuando voy al trabajo es de día y con sol, y puedo salir a la calle con un vestido corto para llegar a la oficina empapada en sudor (esto de vivir en Andalucía…). Ahora mismo los árboles están pelados porque se han caído las hojas durante el pasado otoño (y porque puntualmente viene un señor de parques y jardines a efectuar la poda de rigor), y el ambiente huele normalmente a hierba seca, a pesar de que parezca improbable eso de que se pueda oler aquí, ya que vivo en una de las ciudades más contaminadas de mi país (y me crié en otra de las más contaminadas).
Que sí, que es verdad que no estoy en el campo y por lo tanto no tengo posibilidad de coger las plantas que necesito. O sí. Porque resulta que hoy día muchos ayuntamientos tienen un listado de especies arbóreas y arbustivas, y de dónde están colocadas en plazas y parques, de forma que con sólo imprimir el mapa puedes hacer un bonito recorrido botánico y, por qué no, obtener lo que necesitas. Basta con no coger las plantas que están cerca del asfalto y, por tanto, del humo. Siempre he tenido una gran relación con los árboles y arbustos de ciudad porque son plantas que sufren y a pesar de ellos son fuertes y sobreviven. Todos los años me maravilla que el árbol que tengo frente al balcón sufra las podas que sufre por obra y gracia de los funcionarios de parques y jardines, y sigue floreciendo cada primavera como un campeón. Por eso a veces me gusta «visitar» a determinados árboles, sentarme bajo su sombra y agradecerles que estén llevando una vida bastante espartana. Y lamentablemente nadie repara en ellos.
Que también es verdad que de vez en cuando me voy al campo a desconectar y que no hay color, porque hasta el cielo parece más azul y se te abren los pulmones. Por supuesto. Pero no hace falta vivir en mitad del monte para admirar una puesta de sol tardía en verano mientras te tomas una cerveza. No todos los wiccanos somos brujos de hierbas y monte, los hay también que somos de fijarnos en las cosas pequeñas, los que somos de dar paseos para ver cómo cambia nuestro entorno, porque aunque urbano, también respira y vive y también tiene ciclos. En mi opinión, darte cuenta de esto hace la vida de uno en una ciudad tremendamente colorida y llena de significado, dotando a cada rincón de una historia donde hay un árbol viejo, un vendedor de castañas en noviembre o un riachuelo que sueña con que algún día correrá libre por encima de las presas.
Creo que el brujo no se plantea si tiene que vivir en x o en y. Creo más bien que el brujo tiene la capacidad de seguir maravillándose con las cosas pequeñas, independientemente de dónde estén. Por eso lo declaro orgullosa: yo soy una bruja de ciudad, me preocupo por las criaturas que dan color a mi ciudad y me gusta observarlas, tenerlas en cuenta y verme reflejada en ellas, porque creo que en las cosas más pequeñas podemos ver un reflejo de todo lo que encierra el Universo. Así arriba como abajo.
Yo soy también bruji de ciudad, de toda la vida. Pero hay dentro de mi algo que me impulsa a la naturaleza,si camino a la deriva por mi ciudad, acabaré con toda probabilidad en un parque. Si necesito pensar, no me iré de tiendas, pasearé por un parque.Mi casa está repleta de plantas, y animales. Pero soy una bruja de ciudad. Eso sí, en ciertos momentos siento nostalgia,añoro el campo…¿cómo echar de menos algo que nunca has vivido? quién sabe, debo llevarlo en los genes.
Muy buen artículo, me gusta mucho.
Esta entrada me ha transportado a aquella tarde de otoño, sentados en la terraza del un café cercano a mi facultad, la primera vez que quedamos… ¡Hablamos de todo esto!
Me ha gustado esta entrada, y creo que sí, a pesar de vivir en una ciudad muy contaminada y con poca vegetación, también se puede ser un brujo de ciudad.
Un besazo!
Gracias a los Dioses aun tengo la oportunidad de ser bruja de cuidad,pero tambien de campo jejej ya que la casa tiene un ampli jardin donde tengo a oportunidad de tener mis platitas
Me encanta, gracias por compartir !