Siempre digo que soy afortunada por las personas que me rodean en todas las esferas de mi vida, incluyendo la pagana. Una de las personas a las que tengo más cerca es también uno de los sacerdotes a los que he tenido el honor de iniciar, y con el que también tengo el honor de compartir camino vital porque es mi pareja.
Durante años, mi marido ha sido de esas piezas indispensables del puzzle que compone mi vida pagana. Él no es conocido, no escribe en blogs y su trabajo, como él mismo me decía el otro día, es «casi invisible, salvo para quienes están con nosotros en persona en el Templo», aunque ahora es más notorio para la mayoría de nuestros alumnos. Sin embargo, yo creo que su trabajo ha sido crucial en muchos de los momentos más delicados de la vida de nuestro grupo, mucho antes de que empezara a dar clase conmigo. Ha sido el hombro en el que llorar, el que me lleva la cena al ordenador si me quedo escribiendo o traduciendo material, el que me ha animado siempre a seguir adelante y el que me dice siempre eso de «nena, tú vales mucho» cuando la ansiedad me ahoga o la desesperanza asoma su fea nariz.
La parte más interesante de su trabajo espiritual/pagano/comunitario ha sido su camino de auto-descubrimiento. Él ha pasado por muchas etapas hasta que finalmente decidió iniciarse en Wicca Correlliana, que es la corriente que nosotros practicamos. Su camino ha sido largo, lleno de obstáculos y me parece realmente admirable que haya querido experimentar tanto con su vida espiritual, algo que yo no hice en su día (quizás porque era demasiado joven). Ha reflexionado, leído y preguntado hasta la saciedad, a veces incluso haciendo preguntas con las que, honestamente, me he llegado a echar a temblar porque ni yo siquiera había llegado a esa profundidad de análisis. Su espíritu crítico sacaría de quicio a cualquiera, pero creo que si sobrevives a eso casi puedes sobrevivir a cualquier cosa. Una de mis mejores amigas (también correlliana) dice que la paciencia hay que cultivarla. Creedme, este hombre me ha hecho cultivarla con creces.
Su trabajo es interno y por eso parece invisible, sí, pero es la sal que condimenta muchos de los artículos que aquí escribo. Mucho del corpus de los materiales que doy, de los comentarios que hago, de las reflexiones que llevo a cabo, salen de las conversaciones que tengo con él. Creo que la palabra aplicable aquí, más que invisible, es sutil.
¿Y a qué viene todo esto? A que el otro día me decía un lector que mi trabajo era importante. Agradezco el piropo y agradezco la candidez con la que estaba hecho el comentario, pero espero que mi trabajo escribiendo artículos o dando clases no marque lo que es la Wicca, por tanto espero que no sea tan «importante». Si así fuera, pobre de la Wicca, porque todos los wiccanos acabarían siendo unos obsesos de la perfección igual que yo. Considero que escribo para sacar fuera emociones y reflexiones, y nada más lejos de mi intención que marcar tendencias a lo «It girl» de la brujería. Así que a mí me parece infinitamente más importante el trabajo aparentemente «invisible» de alguien que siempre ha estado ahí, en las buenas y en las malas, que lleva siete años al pie del cañón en el Paganismo, y que me ha influenciado tanto como para que pueda reconocer en este artículo no menos de cinco frases que parecieran salidas de su misma boca. Porque, igual que esa lluvia fina que moja mucho, a veces el trabajo que parece invisible es el trabajo que más cala.
Dedicado a Lon Dubh. Si tu trabajo es invisible, yo soy una monja.
me a emocionado mucho el articulo