En los últimos días he vivido una montaña rusa de emociones que quería compartir con vosotros, porque creo que a todos nos ocurre esto en algún momento de nuestra vida. Os pondré en antecedentes: como ya sabéis algunos, me defino como una persona que se pone metas muy altas, pero que intenta no obsesionarse con la perfección. Siempre he luchado por mis sueños, incluso si parecían inalcanzables, pues soy de la opinión de que si crees en ti mismo lo suficiente puedes llegar donde quieras. Ahora bien, no siempre estoy en ese estado de equilibrio y hay ocasiones en las que me ocurre lo que os voy a relatar a continuación, aunque ya os aviso que mis sentimientos han ido muy en contra de lo que normalmente «predico».
Todo comenzó con un amigo leyéndome el Tarot hace una semana o dos. La «conclusión» de la tirada era la carta de la abundancia, la carta ya no de la cosecha sino del ser capaz de compartir y de darse cuenta de que la cosecha ha sido muy positiva, tras haber recogido lo que se había sembrado y tener las arcas llenas. Mi amigo me lo estaba diciendo y yo estaba pensando en mi abundante ser, con la cuenta en rojo después de haber tenido que emplear cientos de euros en veterinarios para curar a mi gato enfermo, ¡eso sí que era abundancia, claro! Obviamente, me estaba dejando llevar por una situación fuera de mi control, y en lugar de poner al mal tiempo buena cara, me estaba hasta cierto punto «dejando caer».
Días después mi Tradición me otorgaba una condecoración por el servicio a la comunidad, y me di cuenta de que el mensaje del Tarot no versaba sobre la abundancia monetaria, sino que era algo mucho más general: abundancia de sueños, abundancia de siembras, abundancia de cosechas, abundancia de bendiciones, abundancia de cariño. Así que de pronto, ¡sorpresa! La vida me pone en una situación de abundancia social y lo que parecía imposible, que me dieran esa condecoración en particular, mi favorita de toda la vida, de buenas a primeras lo tengo. Me resisto a creerlo y me repito una y otra vez que no sé qué he hecho para merecerla.
Cuando me tranquilizo me doy cuenta de que me estoy equivocando de pleno en el enfoque que le estoy dando. No es cuestión de vanagloriarse, pero sí de alegrarse y de darse a uno mismo una palmadita en la espalda, aceptar esa abundancia social como un sinónimo de abundancia de esfuerzos y de tiempo empleado, que ha revertido positivamente en la persona de uno. Habiendo pasado ya 5 días desde aquello y con la cabeza fría, pienso, ¿qué ha pasado para que yo me comporte así? Principalmente, el miedo al qué dirán. Parece que está feo decir que has ganado algo, aunque te haya costado mucho. El éxito es algo que viene trabajando duro, los sueños y los reconocimientos se consiguen trabajando duro, pero hay que aparentar que no ha sido nada. Eso que me repatea tanto en los demás lo estaba repitiendo yo, ese burdo intento de parecer pequeño para no resultar intimidatorio a la sociedad. Sí, mis queridos lectores, a veces también soy insegura.
La principal enseñanza que extraigo de todo esto es que nos han enseñado a no destacar para no brillar más que los demás, por eso nos cuesta tanto aceptar el éxito y la abundancia, incluso si, como yo, te defines como un overachiever (una persona que se pone metas muy altas y consigue muchas cosas a través del esfuerzo). Somos brujos, hacemos realidad lo que pensamos y lo que sentimos, es lógico que después de muchos batacazos consigamos cosas, especialmente si sois tan idealistas como yo. Creo que esta vida no es una competición para ver quién destaca menos, sino que se trata de animar a las personas a destacar en lo que se les da bien, aprender unos de otros y brillar todos juntos, pues porque uno aparente brillar poquito, eso no significa que los demás te vayan a aceptar mejor o te vayan a creer «más espiritual». Y ya hablé de ello hace algunas entradas, eso se llama falsa modestia y para mí es no aceptar la abundancia que tenemos en nosotros mismos, ser poco respetuosos con el tiempo que empleamos y con nuestros propios esfuerzos.
Creo que podemos cambiar eso, no sólo como brujos sino como personas. Podemos enseñar a las nuevas generaciones que aceptar e integrar la abundancia en sus vidas, decirles que aceptar e integrar el poder personal y la capacidad para cambiar su realidad a veces lleva tiempo, pero que siempre merece la pena. Y que no se trata de aparentar que se brilla poquito para que los demás no se sientan mal o inferiores, sino que lo bonito es brillar todos juntos en lo que a cada uno se le da bien, aprender unos de otros y disfrutar de esos momentos de abundancia, aunque a veces no se sepan ver a la primera.
PD: Muchas gracias a la comunidad correlliana por el reconocimiento. Seguiré trabajando en esto porque me encanta, y espero que dentro de poco tengamos más premiados en esta comunidad hispanohablante que cada vez es más y más numerosa.
Enhorabuena por el reconocimiento y por la reflexión que has compartido con nosotros. 🙂