Hoy he leído un artículo sobre «qué debe saber un niño de cuatro años». No porque tenga hijos de cuatro años, sino porque me ha llamado la atención. Cuando yo tenía cuatro años sabía leer, sumar, restar, los planetas, contar hasta 100 y es posible que hasta 500, no recuerdo bien. Salvo lo de leer, lo demás lo odiaba porque la mayor diversión de mi madre era ponerme a recitar delante de un montón de desconocidos los números del 1 al 100, al derecho y al revés. Tampoco quiero que se me interprete mal: estoy muy feliz de haber sido precoz para la lectura porque gracias a eso leí grandes obras desde muy pequeña, se me estimuló la imaginación y posiblemente se me abrieron muchas puertas cuando llegué a la edad adulta, pero igual que decía de los rituales el otro día, yo no era un mono de feria. Ni un trofeo. No había nada que me hiciera feliz en recitar números, ni en sumar, ni en restar. No había nada que me «empujara» a saber más que el propio hecho de hacerme feliz a mí misma, que era lo que pasaba cuando me leía un buen libro infantil. Sin embargo, el hecho de presumir de ello era algo que me daba mucha vergüenza y que acrecentaba esa timidez crónica que (creedme) todavía arrastro.
Tengo 31 años mientras escribo estas líneas y por tanto hace mucho que dejé de tener 4 años y de recitar los números del 1 al 100, pero sigo viendo los mismos comportamientos, sólo que ahora no son mamás con sus hijos sino paganos con conocimientos adquiridos. Y yo me pregunto, ¿realmente hay necesidad de fardar de todo lo que sabes en público, sin venir a cuento? ¿Contra quién competimos en esto, cuando es un camino espiritual y no una lucha por ver quién es «más mágico»?
No hay competición en esto, no hay carrera. En serio os lo digo. Puede parecer que decirlo es fácil para mí, pero os aseguro que yo también sufrí un momento de ésos en los que tienes que ser más mágico que nadie. Y por otro lado ya he hablado de esto en más de una ocasión, cuando me he referido por ejemplo a la titulitis. He visto gente estudiar no por disfrutar sino por sacarse un título. Me duele por ellos. Creo que se pierden lo mejor, creo que correr, que la prisa en general, es una mala consejera. Curiosamente no soy la mejor para frenar, porque algunos de los que leéis me conocéis y sabéis que me cuesta un mundo pararme, que soy impaciente, que voy siempre con prisa y que ni respiro de lo rápido que hablo. Pero creo que en lo que se refiere a mi camino espiritual (y no estoy hablando de las actividades que monto ni de los posts que escribo porque eso no es mi camino espiritual, sino que me refiero a lo que hago cuando se apagan las luces y me quedo sola en la oscuridad del recogimiento interno, en el útero de mi sencillamente ser) he aprendido, finalmente, a pararme y disfrutar. Un ejemplo de ello, y siempre lo pongo porque hay quien se me embala y ya se imagina que se puede sacar los tres grados de Wicca Correlliana en tres años, es que yo misma, con lo relativamente joven que soy para ser suma sacerdotisa de mi Tradición, tardé 9 años en acabar los tres grados. Y sí, claro, quise correr como mucha gente, pero luego te das cuenta de que hay cosas que llevan tiempo, y que el título no te va a hacer más mágico. Y habrá personas que en vez de 9 se tiren haciendo lo que yo he hecho 12, 15 ó 20 años, porque cada uno tiene su ritmo. Aprender cuál es el tuyo es un arte, para algunas cosas será rápido, para otras, lento. Y como siempre dice un buen amigo, «la paciencia es un grado», sobre todo cuando tienes que aplicártela a ti mismo.
Estoy orgullosa de haber hecho todo eso y de seguir embarcada en un camino espiritual porque está siendo un esfuerzo y superarse siempre mola, pero no es un trofeo sino un logro. No es un niño de cuatro años al que hacer recitar los números del 1 al 100 al derecho y al revés. Creo que deberíamos, en general, plantearnos si es bueno aplicar la alta competitividad de nuestra sociedad también a nuestra vida espiritual. Para mí, le quita mucha chicha, lo deja vacío y falto de reflexión, y acrecenta ese mito al que llamamos progreso, al medirnos por lo que sabemos, por lo «avanzados» espiritualmente que estamos porque «sabemos mucho». Para mí, los conocimientos y habilidades, sin vivencia, al final quedan en papel mojado.
Es difícil no correr para un aries… Pero sé que tienes razón. Es bueno saborear, degustar y digerir antes de comer otro plato no vaya ser que nos empachemos y echemos todo por la borda. ^^