Hace tres años que me cambié de ciudad y como todo el mundo tuve que encontrar piso para establecerme. No fue tarea fácil, entre carteles de «Se Alquila», ofertas por portales inmobiliarios y el boca a boca, pronto mi marido y yo nos hicimos con una buena lista de pisos que comparar. El caso es que queríamos algo barato, sin amueblar y con unos determinados servicios. Mi compañero insistía en que era imposible encontrar todo lo que necesitábamos a un buen precio y bien comunicado, y sin otro remedio tendríamos que irnos a vivir bastante lejos del centro. Yo soy una wiccana urbanita e insistía en que era posible. Así que me retó a que no sería capaz de encontrar un piso con esas características, cercano al centro de la ciudad y por menos de un determinado precio. Mi contestación fue lapidaria: «Nunca retes a una bruja».
¿Por qué nos hacemos brujos?
¿Nos hacemos brujos para tener poderes? ¿Buscamos la iluminación espiritual? ¿Buscamos sentirnos superiores moralmente? ¿Cuál es nuestra motivación? Después de mucho rascar y desde mi punto de vista, creo que nos hacemos brujos para entrar en sintonía con una parte nuestra que a priori nos está oculta. Es esa parte que rige nuestro propósito íntimo y profundo (o propósitos) en la vida, eso que nadie puede quitarnos porque hemos nacido con ello, la conexión con la Divinidad. No hablaré de Plan Divino ni de iluminación porque me suena manido, y porque no se trata de ser los peones en un juego de ajedrez de grandes poderes, ni de adquirir nuevas conciencias olvidando las que ya tenemos (y que son igualmente sagradas), pero sí de verdadero propósito, de verdadero deseo, de verdadera realización.
Como brujos, en contacto con esos poderes, podemos mover muchísimo. Principalmente podemos movernos a nosotros mismos, y eso no es precisamente poco. Es aterrador ver cómo nos aferramos a las cosas, cómo nos agarramos a circunstancias que antaño parecían seguras, a pesar de que ya no lo sean: esquemas mentales, relaciones, estructuras, conceptos o «imposibles». Es el brujo el que tiene la capacidad de darse cuenta de eso y de hacer lo posible para reconducir la situación, no mediante el uso de rituales, sino mediante el uso de la magia más potente que es el auto-conocimiento. Ésa es una magia que nunca se termina de aprender porque las personas estamos en constante cambio.
Así arriba como abajo, pero aplicado a nosotros mismos
Cuando estamos en consonancia con ese propósito, cuando hacemos esa magia con nosotros mismos, es cuando la magia hace efecto en el mundo que nos rodea. Nuestra mera voluntad, a la que se accede mediante el auto-conocimiento y la reflexión, es una fuente inagotable para lograr lo que a muchos les gusta denominar imposible. Si empezamos a actuar sobre nuestra propia conciencia es cuando se hace la verdadera magia, no la que logra que X se enamore de nosotros, sino la que hace posible que tengamos el control de nuestra propia vida.
En la práctica esto es difícil. Al estar en constante cambio, la reflexión es prácticamente diaria, aunque no imposible. Los seres humanos tenemos tiempo para pensar de sobra: si nos llevamos la vida haciéndonos pajas mentales (entendidas éstas como «el pensamiento que no conduce a nada»), ¿por qué no analizar tranquilamente nuestras propias motivaciones? ¿Por qué no trabajar, en soledad o junto con otros, para lograr ver lo que normalmente no vemos? ¿Por qué no entrar en contacto con esa parte de nosotros que sabe que no hay nada imposible?
Es cierto que no siempre se podrá o no siempre saldrá, pero os invito a probarlo. Habrá malos días, como en todo, pero habrá buenos días y esos días serán como si todo fuera rodado. Recordad que hacemos nuestro mundo en cualquier caso: lo que queramos obtener, lo obtendremos. Así que cuidado con lo que deseas… ¡puede hacerse realidad!
Encontramos piso en la ciudad, bien situado y con todas las características que mi marido quería. Y a buen precio. Desde entonces insto a todo el mundo en creer que los imposibles no existen, y desde entonces una de las frases más usadas en mi casa es «Nunca retes a una bruja».