Cuando tenía 7 u 8 años mi abuela me metió en clase de flamenco. Mi profesor de baile, un bailaor de flamenco que con los años se había visto venido a menos, se quejaba constantemente de un hijo que tenía, que se había metido en un grupo religioso y que decía que todo, absolutamente todo, era una tentación del demonio. Su tesis era que Satán se nos aparecía a todos a diario en multitud de ocasiones y nos decía que teníamos que hacer esto o lo otro. Como os podéis imaginar, mi profesor de baile estaba muy triste porque decía que su hijo era, lamentablemente, de todo menos libre, al vivir condicionado por un «el demonio acecha y nos pone tentaciones, mientras el ser humano es una marioneta en sus manos».
Mi vida transcurrió sin volver a reparar en este hecho casi 30 años, hasta que un día me topé con una situación similar dentro del Paganismo. Y por similar quiero decir igual pero al revés. Me explico: al menos en la Wicca, como no tenemos intermediarios porque consideramos que la Divinidad vive dentro de nosotros, a veces utilizamos formas de contactar con la Divinidad de nuestro interior para obtener mensajes. Por ejemplo runas, tarot, oráculos canalizados, escritura automática, etc.
Hasta aquí es fantástico y nos puede ayudar muchísimo. La cosa es que todo oráculo es un arma de doble filo.
Por un lado, tenemos la «profecía autocumplida» que se ve con relativa frecuencia en el Tarot. Pongamos como ejemplo el de la persona a la que le realizan una tirada y le dicen que va a pasarle algo en el trabajo, como un cambio de puesto. Esa persona, que en principio está algo molesta con su jefe, decide cambiar de empleo. Esta profecía no se habría cumplido de no haberse realizado dicha predicción, puesto que el consultante jamás habría pensado en cambiar de trabajo si no se le hubiese dicho que iba a haber un cambio. Su conducta ha generado ese cambio, y no la lectura. Con las relaciones sentimentales esto pasa mucho. Recuerdo que una vez le eché las cartas a la amiga de una amiga, y le dije que iba a relacionarse con un chico alto y rubio. Resultó que nunca se había fijado en el chico alto y rubio de su grupo de amigos (quien, por cierto, estaba loquito por ella) hasta que yo le dije esto. A los dos días habían iniciado un torridísimo romance.
Con los oráculos canalizados también he visto esto. Y mirad que siempre digo eso de «hay que meter siempre los oráculos en el congelador y no mirar lo que se ha dicho en dos o tres semanas mínimo, cuanto más tiempo mejor» (de hecho hablé de ello en este artículo de aquí). El oráculo es canalizado por una persona, y la persona es siempre la que está entre la divinidad y el receptor del mensaje. Por muy divinos que sean considerados los mensajes, el cerebro y la lengua y las cuerdas vocales son humanas y, por lo tanto, pueden «envolver» el mensaje con sus propias palabras. Y el lenguaje, aunque es muy rico, es hasta cierto punto un límite cuando el canalizador actúa como «traductor» del mensaje.
Aunque le da mala fama al tipo de trabajo que realizamos quienes de vez en cuando canalizamos, creo que una actitud de credibilidad absoluta hacia los oráculos también lleva al borreguismo. Sobre todo cuando la persona que canaliza se erige en líder absoluto por tener ese tipo de papeles en el ritual. Las personas que dirigen rituales y canalizan deben ser conscientes de que a) no siempre la entidad viene para ser canalizada (y si no viene, no pasa nada, no significa que no se sea un buen canalizador ni un buen invocador) y b) canalizar no es tan chachipistachi como se piensa. Para empezar, cansa y quema a quien hace de oráculo. Y para seguir, creo que se corre el riesgo de convertir un ritual en un circo en el que va todo el mundo sólo para que la Diosa les hable, y no por la calidad del ritual en sí.
Yo me paro a pensarlo y me digo, ¿de verdad quiero un coro de borregos que me diga lo bien que canalizo? ¿De veras quiero la responsabilidad de ser un gurú? La respuesta es no. Canalizaré, o leeré las cartas, cuando tenga que hacerlo, pero ante todo he tomado la decisión de tomarme en serio el momento pero no tanto el mensaje.
Por otro lado, como receptores de ese mensaje, o consultantes, o como queráis llamarlo, creernos a pies juntillas lo que nos digan, sin una maduración del mensaje, puede llevar a una conducta que, desde mi punto de vista, puede llegar a ser perniciosa. Puede llevar a ese «los dioses me dijeron que…», como el chico aquel que decía que Satán le ponía tentaciones por delante. Puede llevar a sentirnos marionetas ante un destino escrito y designado por los Dioses. Puede llevar a una adicción, al no gustarnos lo que dice el oráculo y consultar diferentes cartomantes, canalizadores y médiums para obtener el mensaje que queremos oír.
La madurez del receptor del mensaje es fundamental, igual que la profesionalidad de la persona que realiza el oráculo. Veo que la gente se queja de que (insértese aquí nombre del cartomante de turno) es un estafador, pero nunca veo que el usuario haga un análisis profundo de su propia conducta. Y por madurez no quiero decir escepticismo, sino sencillamente calma. Tomarse las cosas con filosofía y recordar que se es dueño de su propio destino. Que las cosas no están escritas.
Pasa lo mismo con las Divinidades que canalizamos. Creo que ninguna Divinidad tiene derecho a decirnos que debemos hacer esto o lo otro, por muy poderosas que consideremos que sean. Las Divinidades pueden querer ciertas cosas, pero tenemos derecho a plantarnos y decir que no. O a que otros se planten y digan que no. Se llama libre albedrío por algo, y siempre está en nuestras manos.
Buen artículo Harwe, yo tengo que reconocer que tuve una época de fascinación con los oráculos y aunque me parece que es un método bueno para conectar con las divinidades el tiempo me ha enseñado a entender que la parte humana cuenta y que realmente es muy dificil hacer un buen oráculo en estos tiempos.
Siempre pongo el ejemplo de los tiempos antiguos donde la preparación llevaba años, las pithias hacian un ayuno, una purificación y debían de tener ciertas cualidades para llegar a ser canal de un Dios. De hecho en algunas tradiciones, los oráculos se exportaban precisamente para evitar tener compatibilidades negativas con algunos de los receptores, por ejemplo que fuera el mayor enemigo de tu padre, y tus palabras se modificaran por este hecho.
Suelo dejar los oráculos en reposo al menos una luna y suelo pedir una confirmación personal si el mensaje tiene cierta importancia. El camino me ha enseñado que cuando un Dios quiere decirte algo tiene medios suficientes para llegar a ti, aunque seas una zapatilla cósmica y tu psiquismo sea de 0. Los oráculos pueden dar una pista para llegar a algún sitio pero detrás del oráculo hay un camino que hay que realizar por uno mismo.
Yo tuve un ramalazo egoico donde me pensaba que era la Reina de Saba por canalizar bien, debo confesar, pero la vida, esa gran maestra me dió las lecciones suficientes para bajarme del trono y tomarme el tema de una forma más sensata.
Gracias por tus letras 🙂 Y un beso a Luna 🙂
Además un tema que se me ha olvidado comentar es el libre albedrío. Al llegar aquí a Grecia una mujer me vió inclinada hacia el altar. Me paró al instante, me subió la cara y me hizo ponerme recta, mirando directamente al altar «Esa es la diferencia entre un hombre libre que se acerca a los Dioses por amor y un esclavo, los Dioses no nos quieren esclavos, nos quieren libres»
Y yo, comprendi entonces que el libre albedrío es el regalo más grande que tenemos, para equivocarnos, para caernos y para dar las vueltas que queramos. Al fin y al cabo, hasta los heroes tienen derecho a perderse y volver a encontrarse.
que bonita anécdota Danae, muy instructiva y complementaria al texto de Harwe.