El otro día estuve colaborando en un rastrillo online para pagar los gastos veterinarios de una perrita que había sido atropellada. Aparte de comprar un collar monísimo de lapislázuli y colaborar en metálico con la causa, se me ocurrió ofrecer dos o tres tiradas de tarot por skype cuyo coste iría directamente a esta misma perrita. Me llamó la atención la acogida de la gente y lo rápido que se vendieron las tiradas que ofrecí (en menos de una hora desde el anuncio en el evento de Facebook ya tenía las tres vendidas), y también lo mucho que apreciaron las tres personas a las que les leí las cartas y el cariño con el que tomaron cada palabra y cada tirada. Fue algo totalmente nuevo para mí.
Yo no me dedico al Tarot profesionalmente y no porque no pueda, sino porque para mí es una cosa muy normal y no le hago demasiado caso. Para mí, saber leer el Tarot no tiene nada de especial. Es como… no sé… el pelo. Me llama la atención el de los demás, pero no el mío, aunque me encanta porque me tiño y aun así soporta los maltratos. Mi relación con las cartas del Tarot es más o menos así también, porque mi madre era tarotista y me enseñó siendo muy pequeña, con 8 añitos, así que para mí es tan natural como respirar, beber agua o tener el pelo que tengo. Forma parte de mí y por eso mismo no valoro en demasía lo que tengo. Por eso, cuando alguien me dice que es (o se anuncia como) «vidente natural» o «echador/a de cartas instintivo/a», a mí se me escapa la risa porque en realidad todo el mundo tiene esa capacidad. Sólo que aún no lo han descubierto.
Hay una ley por ahí que dice que una persona con 10.000 horas de dedicación a determinada práctica se convierte en un virtuoso de la habilidad que entrena. Estoy de acuerdo. Creo que todos venimos al mundo con las capacidades necesarias para hacer lo que queremos hacer, sólo que decidimos dedicarnos a unas prácticas por encima de otras. Se trata de elegir nuestras prioridades. Y cuando te has dedicado ciertas horas a aprender cierta habilidad y la dominas se convierte en algo automático y natural, de ahí que dejes, de alguna forma, de valorarla. La das por hecho. Eso es lo que a mí me pasa con el Tarot, o lo que me pasaba desde que estas personas decidieron que iban a comprar mis tiradas. No me considero una virtuosa, pero para mí sí es una cosa naturalizada de cuyo aprendizaje, al ser tan pequeña, ya ni me acuerdo, y de ahí que me alegrara y me sorprendiera al pensar que había alguien ahí fuera a quien le gustaría que yo le echara las cartas.
Tras darme cuenta de este hecho me sentí también muy agradecida: con estas personas por su confianza, con mi madre por enseñarme, conmigo misma por mi paciencia y con mi baraja de cartas por existir. No se puede decir que sea una coleccionista de Tarots (mi colección se deduce a la «friolera» de tres barajas – nótese el sarcasmo), pese a lo precoz que fui, y tampoco que les haga mucho caso, pero si algo puedo decir es que noto conexión con las barajas que he usado (ahora una Balbi, idéntica a la que usaba mi madre y que compré de segunda mano, y hasta hace poco una Rider Waite). Darme cuenta de esa conexión es lo que realmente considero especial en esto de echar el Tarot. Darme cuenta de que hago esto porque me resulta tan interesante como asomarme a un libro que cuenta una historia que no está contada con palabras. Eso es en lo que me ha hecho reparar las personas que se han sentido interesadas por una de mis lecturas: la maravilla que encierra algo que parece tan automático para uno, y lo poco que repara uno en ese hecho maravilloso.
No creo que vaya a dedicarme a esto profesionalmente nunca, porque creo que la vida del tarotista profesional debe ser muy dura. Pero de vez en cuando resulta bonito dar tu arte a alguien, escucharle y sobre todo escucharlas a ellas. Ver los dibujos, maravillarte por los pequeños matices que el ilustrador encerró en cada arcano. Cada tirada un nuevo detalle que se descubre por el contexto de las cartas que lo rodean, como una Reina de Espadas que en un momento está sencillamente sentada y en el otro, de forma velada, te señala las cartas que tiene a su derecha para llamarte la atención sobre ellas. Este cambio constante de algo que parece tan estático como un dibujo es lo realmente especial de algo tan natural como un rizo rebelde que en una mañana cualquiera se escapa de mi coleta.
🙂