Hablé ayer ya sobre los Ancestros y sobre Herencias, sobre lo que implican estos momentos de la rueda en los que estamos en el Hemisferio Norte. Hoy me gustaría ahondar un poco más en el tema.
Cuando somos pequeños nos hacen dibujar árboles genealógicos, al menos a mí me los hicieron dibujar en mi colegio. Era un trabajo sobre los genes y sobre lo que portamos. En mi misma clase había una chiquilla que había sido adoptada y se preguntó si el ejercicio era necesario para ella, pues no conoció a sus padres biológicos. La profesora le explicó que no importaba si no conocía a sus padres biológicos: conocía a sus padres adoptivos y, aunque no compartiera su información genética, había muchas otras cosas que sí compartía con ellos, principalmente la herencia cultural y de valores.
No le di más importancia a esto hasta que, como ya relaté ayer, empecé a trabajar con los Ancestros y me di cuenta de la enorme influencia que habían tenido en mi vida personas con las que no compartía carga genética: desde músicos hasta filósofos, pasando por sociólogos e incluso por un hombre que a veces paseaba por mi calle, todas esas personas, hasta cierto punto, son mis Ancestros. Por supuesto, a nivel espiritual también están los Ancestros de mi Tradición, que es la Correlliana. Y finalmente, aunque no menos importante, están mis Ancestros de sangre que, en mi caso me criaron y se hicieron cargo de mi educación además llevar su información genética en mi ADN. Todo eso conforma mi herencia.
Ya decía en mi última reflexión que a veces nos encantan nuestras raíces, pero otras veces llevamos a cuestas cosas que no nos gustan. Mis Ancestros (de sangre) son principalmente celtíberos, tengo también algo de sangre hindú y probablemente descienda de los hunos aunque eso no es seguro. No creáis que me siento muy orgullosa de la belicosidad de mis Antepasados. A veces esa belicosidad estaba justificada, pero otras muchas no. Sé que hemos venido a este mundo a través de la ley del más fuerte y que eso ha hecho que hoy en día el ser humano sea lo que sea, con lo bueno y lo malo, pero así es la naturaleza. No quisiera justificar la violencia, pero veo que al menos en el caso de los humanos gracias a ella se ha llevado a cabo la selección natural. Otra cosa es que ahora lo queramos cambiar, o que prefiramos usar otro tipo de violencia mucho más mental y menos física. Y esto mismo es aplicable a nuestros Ancestros ideológicos/espirituales.
Sea como fuere, estamos aquí porque tenemos raíces en nuestro árbol genealógico. Veo una conexión enorme entre esas raíces que se hunden en la tierra y las raíces que tienen nuestros árboles otoñales. Sin hojas, todo lo que el árbol tiene son tronco y raíces, sacando el alimento principalmente de esas ramificaciones que se hunden en la tierra. Es un momento perfecto para reflexionar cuál es la carga, la herencia que llevamos, y para sanar toda la podredumbre y el moho de las raíces de nuestro árbol, si lo hubiera.
Estos momentos del año me recuerdan también al mito del descenso de Inanna: hay un momento en el que la Diosa decide descender al Inframundo para ganar sabiduría, y allí se encuentra con su hermana Ereshkigal (que en realidad es una versión oscura de ella misma). A través del contacto con la muerte, con lo que ya no está, con sus propias raíces y su parte oscura que viven en el Inframundo, Inanna gana sabiduría y soberanía, alzándose incluso por encima de su consorte Dumuzi quien, por cierto, había intentado suplantarla durante su ausencia y se había entregado a una vida de lujos.
Así pues, conocer dónde hundimos las raíces, ya no genéticas sino culturales, y sanar nuestra relación con ellas, lleva a esa sabiduría. ¿Cómo las sanamos? Existen muchísimas formas de hacerlo, pero a mí me gusta especialmente usar los cuatro elementos para hacerlo. Lo que a continuación explico está basado en un ritual que leí hace muchos años en el libro «El aprendizaje de una maga: los doce cisnes salvajes» de Starhawk y Hilary Valentine. Aunque Starhawk no pertenece a mi Tradición y de hecho ella es la fundadora de Reclaiming, me parece útil la idea que plantea, ya no de reclamar a los Antepasados, sino de sentirse a gusto y sanar nuestra relación con ellos. El ritual no es exactamente como yo lo planteo aquí, pero ésta es mi versión del mismo.
Primero montamos un altar a los Antepasados. Usar la calavera estará bien para algunos, a otros no nos gusta tanto pero bueno, está bien. Hay que poner en el altar representaciones de los cuatro elementos: aire, fuego, agua y tierra. Nos ponemos en actitud de ritual (se puede hacer un círculo si se prefiere), y pensamos en nuestra herencia. Escribamos lo que pensamos de la herencia que portamos: lo que nos gusta, lo que no, las ideas que hemos adquirido debido a nuestra educación en ese grupo en particular, lo que nos duele de nuestra herencia, etc. Si pertenecemos a más de un grupo étnico como es mi caso, adelante, nombremos a todos los grupos étnicos que conozcamos que nos han influenciado, así como de los que portamos carga genética si los conocemos.
A continuación, afirmamos de dónde venimos, de dónde obtenemos la herencia a diversos niveles. Pongo un ejemplo con mi caso, que sería: «Soy Harwe Tuileva, hija de la Tradición Correlliana, descendiente de celtas, íberos e hindúes, y nacida y criada en España.»
Luego nos volvemos al Este y decimos las ideas revolucionarias y frescas que nuestra herencia ha traído al mundo, procurando sentir todas esas ideas dentro de nosotros, mientras nos centramos en el aroma del incienso. A continuación, nos volvemos al Sur (o al Norte si estás en el Hemisferio Sur) y pedimos al fuego que transforme todas las cosas desagradables, las guerras y la violencia, que ha traído nuestra herencia. Luego, nos volvemos al Oeste y nos concentramos en el elemento agua, pidiendo que sane las heridas de las víctimas y de las pérdidas que nuestro pueblo o pueblos hayan sufrido, pidiendo compasión y ayuda para ellos. Y finalmente nos volvemos al Norte (Sur si estás en el Hemisferio Sur) y concentrándonos en la Tierra, nos regocijamos por el camino que caminamos y en el que estamos gracias a esa herencia: todo lo que portamos y que nos provee de alimento espiritual, mental y corporal.
Luego volvemos al centro y visualizamos que somos un gran árbol. Hemos sanado nuestras raíces y las hundimos, felices, en la tierra llena de ricos nutrientes, las lombrices nos airean el suelo y nos hacen cosquillas delicadamente. Gracias a eso nos estiramos (podemos probar a estirar los brazos) por las ramas y nos salen hojas, flores y frutos, y sentimos el sol cálido y sanador en nuestra copa. Damos gracias por la sanación.
Podéis usar también la versión que viene en el libro, pero a mí me sirve ésta, creo que es mucho más sencilla. Recordad que estos rituales de sanación a veces tienen que realizarse más de una vez para que surtan efecto, pues a veces ocurren en capas.
Espero que os haya gustado y que os sirva para celebrar estas fechas tan señaladas.
Me parece un ritual muy sencillo y lleno de energía positiva y vitalidad. Me gusta, por desgracia a algunos nos cuesta pasar de la primera fase (escribir lo que no nos gusta de nuestros antepasados)
excelente publicacion de sanacion un millon de gracias. namaste!!!!
gracias el reconocer a mis ancestros que yo he hecho es facil y me siento llena del amor de ellos