Se habla mucho últimamente sobre el trabajo con quienes están al otro lado del velo, sobre todo por estas fechas. Veo publicaciones de todos los colores: desde reflexiones que claramente son vivenciales, hasta opiniones personales que parecen más teóricas o sacadas de un libro que otra cosa. Honestamente y fiel a mi línea, me gustaría que hoy os encontrarais en esta entrada con más de lo primero que de lo segundo. Porque estoy un poco cansada de que el velo esté fino sólo en esta fecha. Ojo, que me encanta Samhain, es nuestro año nuevo y esas cosas, pero eso de ponerse con las fotos de calabazas incluso cuando acabamos de salir de Lughnassadh me parece perderse la mitad de la película, en lo que la rueda del año se refiere. Sobre todo porque los Ancestros no están con nosotros sólo en estas fechas, aunque se les celebre ahora. Están siempre.
Reconozco que me ha costado reencontrarme con quienes han estado toda la vida conmigo. Mis Ancestros, ya no los de mi Tradición, sino los que llevo en la sangre, en la tierra o en la cabeza, a veces han sido ignorados. El primer paso es asumir que se tienen Ancestros. Pero esto entra en contraposición directa con una cosa grabada a fuego: el hecho de que los wiccanos creen en la reencarnación.
A mí me ocurría esto. Hasta que un día tuve la mala idea de pensar, eso sí, con ayuda. Estaba estudiando tercer grado cuando alguien me introdujo una idea que, para mí, revolucionó todo mi concepto de la existencia: ¿y si hay Ancestros y reencarnación a la vez? ¿Acaso no se dice que toda nuestra vivencia forma parte de eso a lo que llamamos Divinidad? ¿Y si la Divinidad es todopoderosa, no puede hacer lo que le dé la regalada gana, como vivir mi vida y ser un Ancestro a la vez? ¿Eh? Eso me abrió muchísimo la mente a la posibilidad de incorporar a los Ancestros a mi culto. Y empecé a estudiar duramente con una Orden especializada en este tipo de cosas.
Luego me di cuenta de que el tema de la reencarnación tiene muchísimo más peso y más implicaciones de las que parece a priori. Entendido de forma errónea puede llevar a restarle importancia a la necesidad de aprovechar esta vida, porque total, vamos a vivir otra. Pues no, probablemente no haya otra, porque la Divinidad que ha creado esta existencia posiblemente sea tan imaginativa (tiene que serlo para todo lo que ha montado) que nunca vayas a vivir otra existencia como ésta. Nunca habrá dos experiencias iguales.
Así que, es posible que nos reencarnemos, pero nunca más seremos nosotros sino que tendremos experiencias y, por tanto, existencias diferentes. Y a la vez podremos ser Ancestros, porque la Divinidad sí que se regiría por la Ley de L’Orèal (porque yo lo valgo)… incluso puede que esos Ancestros, contactados como yo los contacto (mediante el trance y la experiencia extática) posiblemente mantengan su propio carácter y personalidad a la vez que se están reencarnando en el habitante número 1001 de un apartado pueblo de Soria. Incluso puede que no sea esa persona que ahora es un Ancestro, sino la combinación y recombinación de varias personas que ya no están, las que se están reencarnando en ese niño que hace en un hospital comarcal.
Somos nuestros Ancestros y hemos modelado nuestra realidad durante siglos. Hemos dejado «ancestralidad» (perdón por inventarme el término) en el paisaje, en la Filosofía, en la Literatura y hasta en el cómic. Habrá quien considere su Ancestro musical a Manolo Escobar. Precioso, ¿verdad? La eternidad legada a las nuevas generaciones: en los genes, en el pensamiento, en las costumbres…
Y es terrorífico: hemos heredado guerras, odios y hasta la idea de que los hombres de X países se dejan bigote para ir a juego con sus madres. Pero esa parte menos bonita de la «Ancestralidad» es necesaria que la heredemos. No matamos a aquel niño, ni violamos a aquella mujer, ni prendimos fuego a aquella aldea, pero mantenemos eso en nuestra programación mental y cultural. Es necesario que esté ahí para no repetirlo, para aprender de ello.
Todo esto lo he aprendido de mis Ancestros: los de mi Tradición, los de los pensadores que me han influido, los de mi familia, los de la sangre que porto, los del grupo con el que me identifico… y están conmigo siempre. Me han influenciado y me he dejado influenciar por ellos. Y otras veces he visto mi herencia, no me ha gustado y he decidido no seguir adelante con ella. Aprender de ella. Pero no por eso mi herencia ha dejado de estar conmigo, sin necesidad de que sea Samhain.
Así pues, antes de irme a celebrar esta mágica y maravillosa noche, antes de dejaros que la disfrutéis y a sabiendas de que me leeréis mañana, recordad que no sólo esta noche el velo es fino. Eso es un mito, chicos y chicas. Es más bien una excusa para recordar a los Ancestros aprovechando que termina la cosecha y es un momento de muerte, pero el velo es fino siempre. La permeabilidad entre plano y plano existe siempre. Los Ancestros están con nosotros siempre. Nuestra herencia está presente siempre.
Lo importante, como siempre digo, es que disfrutéis el momento, porque no va a haber otro, y por tanto esta noche disfrutéis Samhain. Y en los próximos meses Yule, Imbolc, Ostara, Beltaine, Litha, Lughnassadh y Mabon. Porque aunque hoy es el fin de un ciclo y el comienzo de otro, eso no significa que tengamos que disfrutar hoy más que nunca de ser brujos. Disfrutar y aprender hay que disfrutar y aprender de cada momento. Así que, hacedme un favor: el año que viene, cuando pase Lughnassadh, dejad las calabazas para Samhain y disfrutad Mabon, pues veo que muchos se saltan el equinoccio poniendo calabazas a destiempo. Creo que a la comunidad wiccana se le está olvidando que para tener Ancestros, éstos tienen que haber cosechado algo para dejar en herencia antes a quienes se quedan aquí. Porque ése es el legado que hoy celebramos y ése el sacrificio que honramos. ¿O es que acaso llegamos hasta ese punto en esta sociedad de lo efímero?
Feliz Samhain a todos.
Morir siempre es triste y doloroso, Caminar entre el légamo de las sombras que pueblan nuestro espíritu, es una tarea árida y trabajosa. Solo el fulgor de la luz que promete el nuevo día. hace que estos momentos de transición, cobren intensidad y sentido.