Siempre me he considerado una persona valiente, de las que no deja achantar por las circunstancias ni por los comentarios, y de las que saben poner al mal tiempo buena cara. El hecho es que considero la valentía (que no el arrojo) una de las cualidades más interesantes que se puedan tener, porque una persona valiente sabe que pase lo que pase y sin importar las veces que se equivoque (que serán muchas) su camino le llevará inevitablemente a llegar a cualquier meta que se haya propuesto. También digo con frecuencia que caminar un sendero espiritual no es cosa de cobardes. Creo que hay que ser muy valiente para meterse en un viaje interior y para verse a sí mismo cara a cara. Y siempre había pensado que yo era así, porque uno tiende a sentirse identificado con los valores que pretende promulgar.
Hace unos días uno de mis gatos enfermó de gravedad. Tiene sólo 3 años, toda la vida por delante y es un gato cariñoso y juguetón que, de repente, perdió todo el interés en lo que le rodeaba. Estaba apático y triste, y no quería comer. Una tarde me di cuenta de que su piel estaba de color amarillo, un signo inequívoco de un fallo de su hígado. Y yo, la mujer valiente, la que piensa que un camino espiritual no es para cobardes, tuve muchísimo miedo. Así que todo mi ideal de mí misma como mujer valiente se fue cayendo al suelo conforme me veía metida en esa espiral de miedo. Me derrumbé.
Curiosamente, hubo un ser que mantuvo totalmente la calma: mi gato. Durante la visita al veterinario de urgencias aguantó estoicamente las pruebas, no se quejó de que le mantuviéramos la pata tiesa para que le llegara el goteo, y ni siquiera intentó quitarse la vía intravenosa que le habían puesto. Estaba hecho polvo, muy asustado de estar en el veterinario, enfermo, y sin embargo allí estaba, aguantando como un campeón todo lo que le pusieran por delante. El pronóstico de la veterinaria de urgencias fue muy pesimista y no hacía más que mostrarme los informes diciendo que sólo sobrevive alrededor del 10% de los gatos afectados por esa enfermedad. Pero ver a mi gato aguantar todo eso con ese valor y esa entereza me hizo ver la luz entre las lágrimas y el miedo: él era valiente y yo sería valiente por él. En mi cabeza resonó una frase que contenía una meta: nosotros seríamos ese 10%.
Así que, enarbolando un «por mis santos coj***es que saco a mi gato adelante» (frase que le repetí a mi amiga Ayra Alseret por teléfono varias veces en un intento de metérmela a mí misma en la cabeza), saqué mi propio valor. Mi gato hizo lo propio y aguantó como un maestro la primera noche, que era la más dura. Ya han pasado tres días y el gato está estable. No sólo está estable, sino que ya empieza a atisbarse de nuevo ese carácter pillo y alegre que tenía antes de la enfermedad que le aqueja. Incluso ha vuelto a comer, con ayuda, pero vuelve a comer. Realmente mi gato no solamente es valiente, sino que también es un apasionado de la vida.
Ahora pienso en esos momentos en los que me metía dentro de mí misma a meditar y me enfrentaba a mi propia sombra, y cómo pensaba que eso me hacía más valiente. También pienso en todas las veces que di carpetazo a situaciones, o que tuve el tesón para acabar mis metas. Pero ahora creo que nada de eso es valor, ya nada de eso me importa. No he encontrado el verdadero sentido del valor, ni del éxito, ni de la espiritualidad, en un libro, ni en un curso, ni en gurú, y aunque siempre digo que los ejercicios energéticos ni las afirmaciones del día no nos hacen mejores personas ni más espirituales, ni más exitosos, ni más valientes, hoy quisiera reafirmar todo eso y subrayarlo si se puede. Al final todo se trata de valor, pero no ese valor que te hace ser valiente y enfrentarte a «los malos» o «decir las cosas a la cara» o «luchar por tus sueños» o «acabar lo que te has propuesto». Todos esos tipos de valor no son valor, son sentido de la justicia, honestidad, consecuencia o tesón. El verdadero sentido del valor para mí es el de saber valorar lo que tenemos, lo que es nuestro desde el principio: la vida. Todos los seres valoran eso, todos luchan por su existencia física, todos intentan sobrevivir. Ésa es la lección que he aprendido de mi gato, y que me ha hecho darme cuenta del valor que hasta el más pequeño lleva dentro.
En primer lugar me alegro muchísimo de que tu gato se haya recuperado. Y de que haya sido una lección tan grande.
Es una gran reflexión distinguir entre valor y honestidad, sentido de la justicia y todas las otras virtudes. ¿Quizá es que todas las virtudes son facetas de una sola que las engloba? (y cuyo nombre desconozco, como tantas cosas……)