El arte de Brigit la plañidera: la aceptación de la tristeza

Dibujo51-520x349Hasta que salió Inside Out (Del Revés o Intensamente en español y dependiendo del país en el que estés), la tristeza tenía muy mala prensa. Que si no sirve de nada estar triste, que si la tristeza es una mi***a porque te paraliza, que si la vida es demasiado corta para estar triste, que si hay que ser súper positivos… Ojo, la positividad está genial. Es divertida, nos alegra y demás, pero cuando tenemos problemas y necesitamos ese momento de recogimiento, no está ahí la alegría para ayudarnos a recoger nuestros pedacitos. Es más bien la tristeza la que viene al rescate.

Y a veces estar triste es necesario precisamente porque nos ayuda a recomponernos. Por supuesto, una tristeza sana, normal, que responde a adaptaciones al medio que nos rodea. No estar triste sin motivo (que puede ser un trastorno algo más complejo), sino la tristeza como una reacción común a algo que nos sucede en la vida.

Lo confieso: yo, que soy sacerdotisa del mar y siempre hablo de tener las riendas de la existencia de uno, como no soy perfecta ni pretendo serlo, dejé que otros controlaran mi vida. En parte por coacción y en parte por no crear conflictos. Gracias a los dioses estoy recuperando mi vida en los últimos meses. El año pasado, a pesar del feliz acontecimiento del nacimiento de mi hija, tuve demasiados problemas que no fueron precisamente moco de pavo, pero los sorteé más o menos bien. No suelo airear lo difícil o fácil que es mi vida, quizá por una extraña concepción del decoro o incluso del respeto, porque siempre hay alguien que está peor que uno. Lo digo mucho: ninguna vida es fácil.

Y diréis, «pero Harwe, ¿qué tiene que ver esto con Brigit?». Paciencia, paciencia, que todo llega.

Como iba diciendo… llegó un momento, hará un mes o dos, en el que empecé a darme cuenta de que estaba realmente triste para como lo que normalmente soy yo. Que sí, que estoy embarazada de mi segundo hijo y eso hace que tengas un cóctel de hormonas de padre y muy señor mío que te hace llorar con los anuncios de patatas fritas de bolsa, pero me pareció muy llamativo, así que pedí ayuda a mi médico de cabecera. De tal manera que hace un mes me vio una señora con bata blanca, y yo ya estaba esperando que me dijera que estaba loca, que me iba a empastillar hasta las cejas y que me iba a poner la camisa de fuerza. Así son las ideas preconcebidas que nos hacemos, especialmente cuando estamos algo aprensivos. En lugar de eso, me preguntó qué me pasaba. Le conté todo lo que se me pasó por la cabeza y me dijo: «Hija mía, tú lo que tienes es una tristeza completamente normal después de todo lo que te ha pasado en los últimos años. ¿Qué quieres, estar como unas castañuelas y bailando por sevillanas?». No sólo no me empastilló, sino que consideró que no necesitaba más tratamiento que tener un poco de tranquilidad para relajarme y disfrutar de mi maternidad y mi nuevo embarazo. Un embarazo que, la verdad sea dicha, he empezado a disfrutar a puñados en cuanto he tenido esa ansiada tranquilidad. He vuelto a tener otro revés recientemente (han vuelto a operar a mi padre de cáncer, el pobre no sale de una cuando ya está en otra) y sin embargo lo he tomado con una tranquilidad y una esperanza que hasta me ha sorprendido, teniendo en cuenta la situación anímica de la que partía. Estar tranquila me ha permitido volver a ser yo misma. Y de normal soy una persona bastante estoica ante la adversidad.

En mi caso y afortunadamente, la tristeza no era patológica, sino síntoma de un proceso adaptativo. Fue esa tristeza la que me llevó precisamente a lo que provoca esa emoción: a pedir ayuda. Los expertos en salud mental dicen que la tristeza es una emoción necesaria para crear empatía y para alertar al resto de los individuos del grupo sobre la necesidad de una persona de ser socorrida o asistida por alguna razón. También es una forma de alertarnos a nosotros mismos sobre la necesidad de un poco de tiempo para reflexionar, recuperarnos y luego seguir adelante.

En el Paganismo, la tristeza no debería estar tan mal vista como está. Porque a ratos siento que tenemos una enfermedad de positividad. Lo llenamos todo de mensajes estupendos, o criticamos a otros por no ser perfectos y tener siempre una sonrisa. En una ocasión me dijeron de alguien que «no se notaba que trabajara internamente» sólo por sus estados de facebook. Me han llegado a criticar de amigos y amigas el hecho de que necesitaran un respiro para recomponerse por algo (con la clásica perorata de «si se tiene vocación de sacerdotisa se está ahí siempre sin importar las circunstancias, porque la vocación y el servicio es lo más importante»). Los paganos no dejamos de ser personas, independientemente de nuestro camino o nuestro trabajo. Y ningún dios nos pide que seamos perfectos. Al menos, no de los que yo conozco. Si algún dios no está de acuerdo con esto, por favor, que se ponga en contacto conmigo.

Y así, en medio de mis horas de tranquilidad, prescritas por un facultativo (qué bien sienta eso de que haya una figura de autoridad que prescriba tiempo para mirar la pared si es lo que a uno le apetece) me vino la inspiración acerca de uno de los aspectos más desconocidos de Brigit: el de la plañidera.

Una plañidera era una señora a la que se le pagaba por llorar mucho y muy efusivamente en un funeral. En las culturas semitas eran bien conocidas desde la antigüedad, y en la cultura celta irlandesa se dice que fue Brigit quien inventó este arte tras la muerte de su hijo. Estas lloronas acompañaban al cortejo fúnebre de los difuntos, haciendo sentir a la familia y al susodicho (en los casos en los que las lágrimas se guardaban y acompañaban a los restos mortales) que habían sido queridos en vida. Lo suficiente como para que la gente les llorara en su despedida. También el llanto es bastante contagioso, así que su efusividad puede animar a los familiares del difunto a arrancarse a llorar para desfogarse, cosa que a veces puede ser difícil especialmente cuando se está en shock. De manera que hace que afloren los sentimientos y que se descarguen las tensiones. Es un llanto liberador y terapéutico.

Brigit llora muy efusivamente por su hijo durante su sepelio, de la misma manera que cualquiera llora cuando se muere alguien a quien ha querido, admirado o seguido. Pero también lloramos cuando las etapas se acaban. También lloramos cuando nos vemos sobrepasados por las situaciones que nos rodean. El arte de la plañidera es un recuerdo de la Mitología y de la tradición, que nos habla de la necesidad de llorar cuando estamos tristes y lo necesitamos. La tristeza no es un sinónimo de debilidad, sino un sinónimo de la fortaleza que mostramos al llorar cuando lo necesitamos. Es parte de la aceptación de nuestras propias emociones. Lloramos y luego, una vez liberado el sentimiento, nos recomponemos y nos hacemos con la fuerza necesaria para continuar con la vida. Incluso nos sirve para identificar qué cosas no nos gustan y necesitamos cambiar, ya repuestos de nuestro bache.

Así que, la próxima vez que llores, porque lo necesites, porque algo te emocione o porque algo te ponga triste, recuerda: te estás siendo fiel a ti mismo. Estás abrazando el denostado arte de la plañidera, ese arte que hace falta a veces cuando necesitamos salir de una situación difícil. Es la tormenta que riega el campo, no sólo para que broten las flores tras la lluvia, sino para poder gozar después de un precioso arcoiris.

A mi padre, que se recupera en un hospital sevillano, y que me enseñó el porqué de las cosas número dos. 3-1.

 

6 thoughts on “El arte de Brigit la plañidera: la aceptación de la tristeza

  1. Mi padre tambien esta pasando un cancer con recidiva y estamos ya todos un poco hartos de la filosofia de tener que ser fuertes y positivos. A mi tambien me diagnosticaron cancer y hoy precisamente escuche un podcast de una señora que decia que el cancer se debia a un proceso traumatico cuyas emociones no habiamos canalizado y que su tamaño nos indicaba el momento de ese acontecimiento: mi cancer es de colon y segun su tamaño, el momento clave fue el primer cancer de mi padre, el cual tiene cancer de garganta cuyo tamaño se corresponde con un momento en el que aguanto con una sonrisa que mi hermana quedara en silla de ruedas.

  2. Mi padre fue el primero en escarmentar y aunque no llora, se enfada, se cabrea, se queja y dice que no es ni un supeheroe ni un luchador sino un enfermo y no tiene por que estar con la sonrisa en la boca todo el dia. Con la variedad de emociones que tenemos y como nos enseñan a reprimirlas entre el sacrificio cristiano y la positividad atea. Lo bueno es que desde que mi padre ha cambiado el chip ha dejado el lorazepam, el escitalopram y hasta la pregabalina.. Mucho animo, harwe. Hoy en dia hay muchos adelantos. Los medicos se ponen negativos pero luego se recuperan o se estabilizan y van a sus revisión es muchos años.

    1. Pues sí. En el caso de mi papi, todo va estupendamente. Así que estoy tranquila. Gracias y ánimos también para ti, que lo que tienes tampoco es fácil. 🙂

  3. Siento mucho lo de tu padre y espero que se recupere. Ello no obstante no puedo evitar que me siga fascinando tu estilo irreverente- sincero a la hora de leer tus estupendos y oportunos artículos. Todos vivimos entre el manicomio y el cementerio. Saludos Milady

    1. Muchas gracias Tarhanna. Se encuentra muy bien porque está hecho de otra pasta la criatura. Ya está haciendo bromas, camina por el hospital con su goteo en mano y se pasa el día viendo la tele y comiendo como una mala bestia. 🙂

  4. Hola, me hace muy bien leer esto, mi madre siempre dice: «no llores, que te valga mad…s y ya, no vale la pena llorar», y sinceramente creo que esa filosofía no funciona en absoluto para mí (y por lo que he visto, tampoco para ella).
    La tristeza tiene un porqué en esta vida. Es natural en ciertos procesos. Gracias por postear este tema.

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