In memoriam

Recuerdo entre nieblas que estaba en un aula junto con otros ochenta estudiantes. Era segundo o tercero de carrera, esa carrera que yo había empezado para hacerme grafista o iluminadora, y que otros de mis compañeros habían iniciado para hacerse directores de cine. Teníamos esta asignatura en la que compartíamos profesor con los compañeros de Periodismo, Redacción 1 se llamaba, y muchos de mis compañeros protestaron porque consideraban que ya nos habían enseñado bastante lengua en años anteriores, especialmente con la durísima Teoría y Estructura de la Lengua Española, que era la bestia negra de la mayoría de los que llegaban a cuarto. Incluyendo a los de Periodismo.

Y allí estaba yo, frente a un papel con preguntas propuestas por este señor profesor que, en su primer día de asignatura, se empeñó en hacernos una prueba de nivel ortográfico y un sondeo de inquietudes, todo a la vez. Después de hablar sobre la diferencia entre por qué, porque, porqué y por que, estaba aquella pregunta que aquel día dejé en blanco y que decía «Indique un periodista famoso al que tenga como referente». Sentí vergüenza al dejar aquella pregunta en blanco, porque había muchos periodistas buenos. Pero yo no quería ser periodista, no por aquel entonces, aunque los de Audiovisual compartiéramos gran parte del plan de estudios con ellos y aunque en realidad me encantara escribir. Así que no tenía referentes.

Pasó aquel día y pasaron muchos otros. Terminé la carrera y empecé a trabajar a media jornada mientras hacía la segunda titulación, porque estaba muy aburrida del anodino mercado laboral de aquel entonces, ya convencida de que lo mío eran la investigación y, sobre todo, las letras. Con los pocos euros al mes que ganaba y sin tener que pagar hipoteca, me podía permitir darme un capricho, ir a Amazon y comprar lo que se me antojara una vez al mes, especialmente si eran libros de Wicca. Entonces me encontré con un libro que me llamó la atención. Era una mezcla de Periodismo y Antropología, mis grandes pasiones por aquel entonces, y decían las críticas que estaba escrito por una periodista en un estilo sin pretensiones.

Así fue como tomé contacto por primera vez con Drawing Down The Moon, de Margot Adler. Se presentaba como un viaje por los Estados Unidos de América, de grupo en grupo pagano. Narraba aventuras y desventuras, anécdotas, formaciones de covens y retos a los que se enfrentaban, en una sociedad, la americana de finales de los 70, fuertemente marcada por los telepredicadores y el ansia de expansión de una ideología más liberal frente al conservadurismo recalcitrante. Un soplo de aire fresco, un retrato basado en la observación participante y la entrevista, pero en el que el ojo que retrata tiene cerebro y ojo propio para impregnar de criterio dicho retrato.

Cuando abrí aquel libro y leí unas cuantas páginas supe que había encontrado una mujer a la que tener como referente, una persona a la que poner en aquella pregunta que dejé en blanco, aquel día en clase de Redacción 1. Sobre la Sra. Adler sabía y sé poco, que vivía en Nueva York, que su abuelo había sido psicólogo y que como periodista era una mujer de radio. Con el tiempo supe que, efectivamente, era pagana, concretamente wiccana, de ahí que tuviera los contactos para escribir su libro. Como siempre he creído en la Historia y en que hay que aprender del pasado para evitar errores en el futuro, devoré aquel libro. Tenía la sensación de que, algún día no muy lejano, llegaría nuestra explosión de popularidad a nivel de atención en los medios, también en mi católico país, o que seríamos mucho más de los que éramos en aquel momento, y que por eso era necesario saber qué había pasado en otros lugares del mundo.

Margot Adler perdió la batalla contra el cáncer de endometrio hace unos meses, un cáncer que había causado una metástasis en su cuerpo. Sé que nunca sabrá que inspiró a una persona en un país en el que no se habla su idioma, sin ni siquiera haber traducciones al español de su obra más famosa, pero me conformo con hacerle este pequeño tributo. Sé que tampoco será la autora favorita de muchos de mis compañeros de senda, porque no es Doreen Valiente, porque no es Gardner, porque nunca habló de herramientas y su uso, porque no tenía canales en youtube, porque nunca se interesó por lo que hacíamos y por demostrar cuánto sabía, sino que se interesó por lo que somos. Se interesó por las personas. Fue una contadora de historias de seres humanos viviendo vidas cotidianas y a la vez excepcionales. Fue un ojo retratando una realidad sin pretensiones de objetividad, porque comprendía perfectamente que la objetividad, en el Periodismo y en la vida, es un mito.