Canicas

Qué irónico hablar de lo que voy a hablar, teniendo en cuenta que vivo en el Hemisferio Norte y mañana es Beltane, pero hay veces en las que unas ideas enlazan con otras.

El lunes me llamó una buena amiga de Sevilla para decirme que había fallecido una persona con la que tuve una relación muy breve hace bastantes años. Él era más joven que yo, iba a cumplir 29 años en cuatro días, cuando murió. Falleció de una forma muy rara para su edad: debido a una parada cardiorrespiratoria. Fue un día feo porque encima tuve otros fuegos que apagar y tampoco caí en la cuenta hasta que tomé conciencia de ello, ya dos días después. Es como esos platos muy pesados que son difíciles de digerir y de los que cobras cierta conciencia a posteriori cuando te entra ardor de estómago.

No os voy a mentir, no me ha tocado este fallecimiento como para llorar por la pérdida, quizá porque lo nuestro fue muy breve y éramos demasiado diferentes el uno del otro, pero sí me ha impresionado por su juventud y por la sensación que deja este tipo de cosas cuando llegan tan de sopetón. Normalmente hablamos de la muerte de forma muy esporádica y tangencial porque en nuestra cultura, nos guste o no, existe un tabú hacia ella. Los paganos la celebramos especialmente cuando acaba la cosecha, pero la existencia corpórea es efímera y nuestra amiga la muerte viene a recogernos no cuando «toca» porque el velo está supuestamente fino, sino cuando necesitamos irnos. A este respecto, siempre me digo a mí misma que el velo está fino todo el tiempo, sólo que no siempre sabemos verlo y nos lo tiene que recordar una época del año. Por otro lado, creo que los ciclos no están sólo para honrar lo que nos da de comer, está para recordarnos que recorremos un sendero que tiene ciclos. Así que puede parecer irónico hablar de la muerte en relación a Beltane, pero para mí ahora mismo tiene todo el sentido y me gustaría poder expresar por qué.

En ese sendero a veces celebramos cosas importantes como los nacimientos, las cosechas, la fertilidad y el sexo. También celebramos que hay personas que nos tocan y ya no están. Creemos que algunas personas son cruciales, de otras creemos que nos tocan de forma menos importante. Creo que no nos damos cuenta de la gran importancia que todo el mundo tiene en la vida de todo el mundo, todo el tiempo, no sólo en Samhain. Y por todo el tiempo quiero decir no sólo cuando se han ido y ya no van a volver. Se supone que celebramos la vida mañana, y para mí creo que es un buen momento para no sólo regocijarse en el sexo, el placer, la comida y las cosas maravillosas de la vida, sino en la mera presencia de todos esos que nos tocan, poco o mucho, y que puede que pasado mañana no estén con nosotros.

Creo que es un buen momento para dar un beso, dar un abrazo, dar las gracias, valorar a quien nos acompaña y darnos cuenta de que todas esas personas con las que nos hemos ido cruzando en el sendero. Por muy cortas, superficiales o incluso desagradables que hayan sido, todas las relaciones personales que hemos establecido con otras personas tienen su valor. Y qué decir de quien nos ha enamorado, motivado, impulsado, ayudado, enseñado y hecho reír, entre  miles de emociones… esas relaciones marcan toda una vida. Todos a quienes hemos conocido han hecho mella en nosotros, de una forma o de otra. Todas las personas de nuestro entorno pasado, presente o futuro cruzan en nuestra trayectoria como canicas impulsadas por un dedo invisible, variando inevitablemente nuestro rumbo. Gracias a ellos somos quienes somos y tenemos lo que tenemos. Es el momento de aprovechar la existencia física, que es, en esencia, caduca, y sacar lo máximo de ella, antes de que todo y todos se conviertan en un simple recuerdo, tan volátil como el aire y como nuestra propia memoria.

Me diste la vida y la he de devolver,

Pero antes de hacerlo,

Voy a aferrarme a ella.

Ésta es mi oración.